Rubiecito lector

Un pendejo se cruzó la ciudad para verme. Se tenía bien leídos los relatos que fui publicando, porque en el ascensor, cuando le manoteaba la pija, él iba directo sobre mi remera hasta los pezones. Muy lindo toque el pendejo, manos precisas, me calentó en un segundo tocándome así. Le brillaban los ojos con malicia cuando me veía calentarme tan rápido. Y esto sólo era el ascensor. En la camilla me pidió una postura que yo acababa de describir en un relato, el del rubio pijón que me daba hasta la garganta, conmigo ovillado sobre mis rodillas, chupándole la pija al tiempo que le dejaba cerca de su mano mi cola expuesta. El pibe este también es muy rubio, quizás había leído ese relato y ya la tenía estudiada. O quizás fue una casualidad, no sé, la postura era la misma. Pero el desarrollo fue para otro lado. Con el primer rubio yo estaba ensartado hasta la garganta, en un momento, incluso, el primer rubio acariciaba mi garganta para sentir cómo pasaba su pija por adentro, con el segundo rubio el pete no era tan sencillo, porque el prepucio se le corria todo el tiempo sobre el glande y tenía que hacer presión con los dedos de las dos manos para mantener el glande descubierto, así perdía puntos de apoyo y yo no alcanzaba a soltar el movimiento de la boca sobre la chota. El toque de las manos del segundo rubio fue bien delicado, me abrió la cola de a poco y con un lindo ritmo, suave, me llevaba flotando a la sensación de estar abierta por la cola. Probé dándole mano, en vez de jeta, a la pija, y el pendejo la empezó a gozar más. La pija se me ponía bien dura en la mano y perdía un poco el buen ritmo en mi ojete. Se le sincopaba la mano y empezaba a darme demasiado fuerte. Cambié la postura, a una más relajada para mí, apoyada sobre mis espalda, con las piernas contra la pared por encima de la cabeza del pendejo, un brazo mío cruzado sobre sus piernas para agarrarle bien la pija y hacerle la paja, mientras él me masturbaba la cola con su manito delicada. Era algo así como una paja cruzada, pero versión decadente de Consti. Yo acompasé el ritmo de mi mano sobre su pija con el ritmo de su mano dentro de mi cola. Una vez que tuvimos los dos el mismo ritmo, ya podíamos acelerarlo o ralentarlo según lo fuéramos sintiendo fluir. Una linda paja cruzada. Para hacerla completa, cerré los ojos y dejé fluir mi cabeza también, como se hacen en las pajas, imágenes que ya tenía tanteadas, que pensaba que podían ayudarme a gozar por la cola. Soy una puto que pasó mucho, pero todavía hay algo del varoncito que fui, escondido en mi cola, que me impide gozarla. Yo quería liberarme, mentalmente, con la mano del pibe en mi cola, de las trabas mentales que todavía me impedían gozar completamente de entregar la cola. Porque entregar la cola es como entregar las armas, rendirse, someterse a la voluntad del otro chabón y dejar se ser, frente al otro chabón, un hombre. Entregar la cola es entregar el título de hombre y como mi cabeza no terminaba de entregarlo, mi cola no se abría tanto, se me bloqueaba el goce y, encima, por tener la cola tensa, podía lastimarme. Entonces yo tenía que buscar en mi cabeza las imáges que me llevaran a abrirme en sumisión, ante esa idea de que el hombre fuera el otro y no yo, y que ese otro, ese varón, era ese que ahora me estaba entrando en mi cola y alrededor de cuya firmeza yo me podía sostener. Y todo esto yo lo pensaba, yo lo busaba con mi cabeza, como quien busca imágenes mentales para una paja, mientras el pendejito me daba mano en la cola y yo mano a él en la pija. Un re laburo para soltar la sensibilidad de la cola, que generalmente no puedo hacer porque estoy concentrado en servir. El laburo mental me resultaba, porque empezaba a sentir un goce nuevo en la cola, por completo independiente al genital, producido directamente por las paredes del recto, estimuladas por los movimientos del pendejo. Cuando yo sentía que se me abría una nueva sensación de goce en el culo, aumentaba la velocidad de mi mano sobre la pija y el pendejo me seguía, aumentando el ritmo de su mano en mi cola, y yo buscaba la nueva sensación de goce en el culo, mientras conjuraba en mi mente las imágenes de los hombres fuertes, de pies grandes, que me habían querido proteger, sobre los que yo podría haber abandonado mi ilusión de varón de pararme por mi mismo, y poder entregarme por completo al poder masculino del otro, dejando de ser hombre. Cuando el pendejo acabó, yo pensé que veía un relámpago de luz blanca. Estas imágenes de entrega de masculinidad me sirvieron más tarde, ese mismo día, para entregarme mejor cuando quisieron garcharme.

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