La cola abierta
El seguridad que está obsesionado conmigo descubrió la manera de hacerme bien la cola. También me la descubrió a mí, porque les tengo que confesar que, a pesar de haber servido miles de machos, de todos esos kilómetros de poronga que llevo deglutidos en mi larga vida de servir como puto, el placer que he sentido al ser penetrado ha sido la mayor de las veces imaginario. Me ha gustado la idea de ser penetrado, porque es la forma más perfecta de ser dominado por un macho. Lo que ellos consideran que es el mayor placer que pueden sacar de estar con un puto. Hacerme bien la cola. A mí me ha dolido horrores, pero la sola idea de estar sometido así al deseo masculino me bastaba para sentirme feliz. Una puta frígida, incapaz de gozar, pero muy atenta al goce del otro, eso es lo que fui. Como ya lo he dicho hasta el cansancio, he entregado la cola hasta el hartazgo, hasta que me la han destrozado, no por el placer de entregar la cola en sí, sino por el placer que me ha causado cumplir con mi sentido del deber de puto. Hasta que este pibe vino a cambiarlo todo. Este pibe al que esquivé tanto tiempo. Ojo. Cero amor. Pero cuando alguien se obsesiona tiendo a poner distancia. Pero como este insistió e insistió, volvió a entrar. Y yo la verdad que hice bien dejarlo porque de regalo tuve este descubrimiento de que ya no soy más frígido. Fue muy sencillo lo que hizo, con las yemas de los dedos mojadas en su saliva me empezó a estimular los dos pezones a la vez. Algo que yo ya se lo había hecho a él muchas veces, porque era una de las técnicas que aprendí cuando era el esclavo sexual de un taxi boy, hace muchos muchos años, que me utilizaba para mantenerse al palo entre cliente y cliente. Un rubio de rulos, altísimo, que me pasaba a buscar en su moto y me había enseñado que, sólo con colocarme la punta de su pija en la boca y masajearle así los pezones, el chabón quedaba al palo, re caliente, hasta el próximo cliente que apareciera. Ese rubio no la tenía muy grande, algo larga, sí, pero finita, pija jabalina. Lo que sí tenía era un pinta que se caía, y mucho morbo. Me encantaba ser su esclavo, yo todavía nunca me había prostituido y me daba muchísimo morbo estar con alguien que sí lo hacía. Entre cliente y cliente limpiábamos sus dildos y le daba masajes, le gustaba tenerme a los pies de la cama, con sus pies encima, como si fuera un perrito, y, cuando se ponía melancólico me pedía que lo abrazara y que le susurrara al oído que le mintiera, que lo quería. Pobre, también era poeta y me pidió una vez que fuera a repartir su libro por la calle Corrientes, con muy poco éxito. Me regaló una copia, todavía la tengo. Después se recibió de abogado, dejó de ejercer de taxi, se fue de capital y no lo vi más. Pero sí me quedó esa técnica, que se la he realizado a incontables porongas. La cabeza de la chota en la boca, los dedos en aceite masajeando los pezones. Y seguramente a este pibe, al seguridad obse, también se la habré hecho infinidad de veces. Así que, en cierta forma, estaba recibiendo algo que yo mismo le había enseñado a él, pero que nunca, nunca me lo habían hecho a mí. Qué loco que es esto de estar siempre al servicio del otro, sin pensar en el propio placer. Este pibe me lo hacía porque quería buscar las maneras en que yo gozara, de que yo lo siguiera aceptando a pesar de su obsesión. Y la puta que sí me hizo gozar. De repente estaba volando de placer, se me ponía la mente en blanco cuando me masajeaba los pezones así. Se lo empecé a decir, re verbal yo, que me estaba emputeciendo al hacer eso, que no lo dejara, y podía ver en sus ojos cómo la flasheaba de que me estaba poniendo así de caliente. Yo que soy tan frío. Querés que te la meta? me dijo, rápido. Vamos, lo llevé de la mano, con una urgencia que nunca había sentido. Me bajé la ropa, le puse el forro y lo embadurné de gel, que siempre lo hago así, por lo de mi culo estrecho y me senté encima, pidiéndole que no dejara de masajearme los pezones y fue increíble, porque el culo no sólo se me abrió como nunca se me había abierto, sino que estuve al palo todo el proceso. Fue la primera vez en mi vida que me mantuve al palo mientras me metían una pija en la cola. Y la cola no saben cómo respondió. Se abría cómo si fuera de manteca. Quizás demasiado para la cantidad de gel que le había puesto, pero yo no esperaba que mi cola fuera a reaccionar de manera diferente a la que lo hacía generalmente, de manera estrecha, oponiendo resistencia. Esta vez, mientras yo gozaba, con mis pezones entre sus dedos, mi cola se devoraba la pija, de la misma manera que se la devoraba mi boca cuando le hacía un pete, con la misma avidez, y entraba con una facilidad con la que nunca había entrado. El pibe estaba tan sorprendido como yo, nunca te cojí así, nunca te la metí así, me repetía, mientras me seguía masajeando los pezones y yo cerraba el abdomen e inclinaba la cabeza hacia atrás para respirar a través de todo el placer que sentía al ser penetrado. Puta madre. Cojer era sí. Tan tarde lo descubro. Con el culo ya roto. Qué desperdicio. Todas esas pijas que me hicieron doler, cómo las podría haber disfrutado, pensé. Con los siguientes que llegaron lo seguí probando, porque quizás era algo que me pasaba con este pibe nada más. Una cuestión erótica de onda con él. Pero no, era la técnica. Con cada uno con los que lo repetí volvió a pasar. Algunos me la metieron, otros no, pero no porque yo no hubiera querido, yo estaba abierto ante ellos, cada vez que tocaban ese punto, como una perra en celo, dispuesta a sentir cómo mi carne se abría para recibir sus porongas. Cómo disfruté cuando me tocó alguna poronga joven, de esas que uno siente bien duras dentro de las tripas. Un cajero de Carrefour, re pendejo, me la metió así. Otro, un pendejito musculoso de esta página, me agarró tan fuerte mientras me cogía, que las tetas me quedaron doliendo dos días seguidos. Pero no me importaba, era feliz, lo que había sido una tortura antes de descubrir mi punto sensible, ahora era una bendición de lo sentidos. Mi cola finalmente estaba abierta para comerse hasta las pijas más grandes. Todavía lo está. Ahora sé cómo. Ojalá sirva para el placer de muchos más.
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