Viejito sádico

Re dulce parecía el viejito. Vivía en un duplex re lindo, por Caballito. Lleno de imágenes religiosas, todas de muy buen gusto. Parecía cura, pero me dijo que se dedicaba al turismo de alta gama. Desde que me abrió en la puerta se notaba que se le iban las manos encima mío, de las ganas de tocarme. Durante el masaje me doraba la píldora, me decía, por ejemplo, como no sos un pendejo se nota tu experiencia, se vé que vos sí sabés lo que estás haciendo, te elegí porque cuando te llamé podías mantener un diálogo, parecés una buena persona, hasta si estaba casado me preguntó el turro. El garche lo arranqué despacio, le dije lo que suelo decir, es importante la conexión y le indiqué mi punto sensible, que son los pezones, siempre, aunque últimamente vengo percibiendo cada vez más con los bordes del ano, que tan maltratado lo tengo, pobre, el rotito, mi ideal imposible es un tipo con varios brazos, un dios hindú que me pudiera acariciar los pezones y el ano al mismo tiempo. ¿Por qué me dejo llevar tanto por el sexo? ¡Es como vivir en un fuego constante! Al viejo se la pude parar, pero no del todo. Me decía que hacía meses que no se le había parado tanto, que ni siquiera la paja se había estado haciendo. Cuando me la metí en la boca y se la empecé a mamar ahí sí que sentía que su pija empezaba a desplegarse de manera normal. El viejo se entusiasmó. Me sacó la pija de la boca, se paró al lado de la cama. Me llenó de besos. Hasta besos en la frente me daba. Y ahí me pidió que recostara a lo largo en la cama, pero con la cabeza colgando del borde en el que estaba él parado. Y ahí me la empezó a meter él en la boca, marcando el ritmo, la metía un poco, la sacaba y me la refregaba por la cara, se hacía la paja y yo le lamía los huevos, él me acariciaba el cuerpo, me besaba el abdomen, me tocaba la cara y me decía bonito, y me la volvía a meter en la boca. Y ya se creía un campeón de la pija, porque se la agarró y me dijo, siempre muy dulce, que quería probar con tantearme la cola. Pero yo tenía que ponerle un forro, y no llegué a abrirle el envoltorio cuando se le había bajado. Así de frágil era su erección. Pobre, sentía pena por él, porque se lo veía desolado. Se lamentaba su fuerza perdida, me decía, agarrándose la pija, a esto le faltaban crecer un par de centímetros todavía, hasta acá me llegaba cuando estaba bien parada. Y ahí me di cuenta de lo que había intentado hacer hacía unos minutos. El viejito era uno de esos pijones sádicos, que les gusta cojer la cabeza de los maricones en esa posición invertida, porque así, ese pijón tan grande que tienen llega más directamente hasta la garganta del puto, embutiéndose ahí y asfixiándolo, provocando un oceano de secreciones en la boca del puto, que la pasa re mal, porque siente que va a morirse, pero que al otro, si tiene una veta sádica, le resulta ultra satisfactorio por el grado de degradación que conlleva, además del placer físico real de tener la poronga metida en esa especia de vagina profunda, ultra lubricada, en que convirtió la cabeza del pobre puto. Lo sé porque, como me había dicho el viejito tan dulcemente un rato antes, ya soy grande, y pasé por todas, incluso por esa. Mientras a mí me caía esa ficha, el viejto me decía, con tristeza, tengo que ir al médico para que me diga qué hacer. Yo le recomendé que no tomara pastillas, porque iba a terminar teniendo un paro cardíaco, y que no valía la pena, que siempre había otras maneras en que pudiera encontrar su placer, mientras, para mí mismo, pensaba: de la que zafé, boludo...

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