Atleta campeón
Me trataba de forma brusca. No pensé que quisiera sexo. Me hablaba de sus títulos de campeonato y los problemas que el entrenamiento duro le habían generado. Cuando terminé de darle la vuelta al cuerpo, le dije "bueno, acá terminó el masaje, si querés seguimos". Se quedó callado un momento y luego dijo, con los ojos cerrados, "yo estoy bárbaro". Así que supuse que quería terminarla ahí, pero no se movió y yo estaba, en parte, debajo suyo, con sus dos muslos, gigantes y re pesados, encima de mis piernas cruzadas, inmovilizándome. Respiré profundo y decidí quedarme quieto unos momentos más, para no molestarle el relax. Él se agarró la pija, fláccida, acomodándosela y se tapó la cara con un brazo, sin propósito de moverse más. "Muy exótico el masaje que me diste, nunca había tomado uno así". Le tomé la pija con suavidad mientras le contestaba "son masajes que vienen del yoga, no te debés haber juntado con mucha gente del palo, porque todos hacemos más o menos lo mismo". Cuando me contestó "hace mucho que te dedicás al yoga?" su pija se había agrandado de manera considerable entre mis dedos, y cuando yo le contesté "hace bocha, como doce años, el yoga me hizo zafar de un par bien bravas", ya la tenía bien dura y pude bajarle el frenillo para descubrir el glande. Antes de metérmela en la boca le tomé las manos y le dije "si querés podés tocarme los pezones, a veces está bueno que el otro toque, la conexión es buena para el momento erótico". "Es bueno para vos" se rió él y me los empezó a tocar. "Tocá lo que quieras y como quieras, pero si querés tocar y no sabés dónde, podés arrancar ahí" yo me había ruborizado. Es cierto, era bueno para mí, pensaba mientras me metía su pija en la boca. Muy loca esta naturalidad con que se da el sexo, al final de la sesión, en el medio de una charla desacralizada, cómo la pija pasa naturalmente de mis manos a mi boca, entre una respuesta y otra. Primero le di lengua al frenillo, humedecí bien el glande en mi boca y después me la hudí entera hasta la garganta. Linda pija, no muy larga, pero carnosa y muy limpia. Empecé a mamar y él a gruñir, con alguna exclamación ocasional, del tipo "papá, qué bien que la chupás!". Era tarde, pasada la medianoche del lunes feriado, y yo estaba cansado de la joda del domingo, así que lo hice lento al pete, como si me moviera en un frasco de miel. Él empezó a tocarme el resto del cuerpo con sus manos, los brazos los hombros, la cara con el revés de la mano, y después me buscó una de mis manos para sostenérmela mientras yo le seguía dando pete a su pija en cámara lenta. Hicimos un intervalo para que revisar su celular, que había sonado, porque quizás tenía que salir para la guardia de un hospital, donde trabajaba. Recién entonces levantó sus piernas, que eran pesadas como las de un gladiador, de encima mío y yo pude moverme. Me contó que en sus pezones el no tenía mucha sensibilidad, que lo excitaba más que le agarraran el pecho entero, y se puso de costado al lado mío, con una mano me agarró un pezón y con el otro me buscó la pija, que empezó a sacudir. Yo le agarré la suya, y le hacía la paja siguiendo el ritmo de las sacudidadas que él me daba en mi pija. Un juego de pajas en espejo. Me incliné para volver a chupársela y él me pidió permiso para tocar y jugar con mi cola. "Tocá lo que quieras, pero si podés no penetrarme, mejor, porque me estoy recuperando de una joda" le dije, y yo me dediqué a chuparle la pija, mientras él, con sus manos, iba jugueteando en entre mi cola y mi pija. Me masajeaba el perineo por encima de la próstata, lo cual indicaba que sabía del arte. Cuando le empecé a chupar los huevos, no se aguantó más, exclamó "me vas a hacer acabar, hijo de puta" y soltó la leche. "Me siento un poco culpable" me confesó entonces "porque estoy empezando a salir con un chico, al que hoy le dije que no tenía ganas de sexo". Después del orgasmo, se me quedó charlando un buen rato, de su historia y de sus rencores, de su satisfacción por haberse convertido en un atleta campeón. Yo estaba muerto de sueño y me sostenía la cabeza, para que no se me cayera del cansancio. Y le decía que sí, y acotaba frases como para que entendiera que seguía lo que me decía, mientras le masajeaba distraídamente los dedos de uno sus pies. Sus pies eran perfectos, los pies de un dios.
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