Servidor de buenos y de malos
Antes de las fiestas me quedaron un par de polvos por anotar, uno había sido bastante repulsivo. Era un barrendero, bastante joven, veintilargos. Uno de los cuerpos más deformes que vi en mi vida, sus piernas eran esqueléticas, que casi parecían salidas de un campo de concentración, y el vientre estaba hinchado por la mala alimentación. Su higiene personal era horrorosa, tenía el prepucio lleno de quesillo, que son los resos de leche solidificados debajo del glande, y yo tenía que contenerme de la náusea que me daba tocarlo. No lo mandé a bañarse, lo lavé yo mismo con aceite e, inadvertidamente, le untaba los restos de quesillo en los gemelos, una parte del cuerpo a la que no pensaba volver, porque no quería que mis toallas quedaran impregnadas. Imagínense, cuando me pusiera a transpirar, no me iba a secar con algo lleno de ese quesillo. No recuerdo si se la chupé, creo que no, que zafé con hacerle sólo una manual, aunque al final igual la tenía limpia a la pija, me daba tremenda impresión. Qué actividad tan sacrificada es la del puto, a veces, cómo uno se brinda a dar placer a los chabones, aunque estos sean así de asquerosos. Igual, miren qué trolo abyecto que soy, que a pesar de que era tan desagrable me encantó verlo gozar, esto de ver cómo el placer que le exprimía de la pija lo transportaba y le abría las puertas de algún paraíso físico dentro su vida miserable, mientras le masajeaba la pija con aceite. Tampoco tardó tanto en soltar su lechazo, así que no fue tan malo y al final yo, contento, le dije que me recomendara con sus colegas barrenderos, a ver si querían pasar ellos también. No pasaron, claro, nadie pasa por la recomendación de nadie por mi camilla: soy un placer vergonzante, nadie se va a ufanar ante sus amigos de que vino a hacerse manosear por un puto barato de Constitución. Después vino un chabón, que tendría unos cincuenta años, lindo cuerpo, bien mantenido, linda cara, con barbita, y pegamos onda casi al toque, porque en el ascensor el tipo no pudo contenerse y me pellizcó un pezón, que me sobresalía gracias a una remera super ajustada que me había puesto. Y el tipo no había leído nunca ninguno de mis relatos, porque se lo pregunté, porque había ido directo a los pezones, pero el tipo venía por un anuncio en una página específica de masajes, así que él no sabía que ése era el punto donde tenía que tocarme para hacerme gozar en serio. Con él la pasé muy bien. Hay una canción de Bowie que me encanta, que cuenta la vida de una trava callejera, y que dice que hay días en los que uno desea que nunca lo hubieran visto y días en que te encontrás con tipos que te dejan cantando de pura felicidad física. Y sí, a veces pasa. Uno de los polvos más felices de mi vida. Lo recuerdo así, aunque no tanto los detalles. Ya pasaron un par de meses. No me la puso. Pero teníamos una piel inmejorable. Sí, ahora recuerdo, que cuando le quise tocar el ano, sólo para complacerlo, él me aclaró que no estaba listo para eso. Parecía un tipo recontra sofisticado y en un momento supuse que le podía gustar, y no quería que se fuera insatisfecho. Pero me paró la mano al toque y me aclaró que no iba por ahí la cosa. Pero sin cortarnos el mambo. Así que yo seguí en mi rol de puto receptivo. Lo que era mucho mejor aún, porque a un puto como yo, si bien está más que dispuesto a estimular analmente a los machos, en realidad le dan más morbo los tipos que sólo la ponen. Lo triste de estos encuentros tan luminosos es que uno es descartable. La pasamos muy bien. Pero se acaba ahí. Sin consecuencias. Pero a eso también me fui acostumbrando. No importa lo bien que la lleguemos a pasar. Los putos, para estos hombres con sus vidas armadas, somos un placer descartable. Para usar y dejar atrás. Aprendí a conformarme con lo que me tocó. Los tipos vienen, dejan su leche, y se van. Si quieren me vuelven a llamar, saben que yo estoy acá. Pero yo, por más que quiera volver a verlos si me gustan, no los voy a volver a llamar. Son códigos. Quizás es por eso también que escribo estos diarios, para no perderlos del todo. Pero cuento los buenos y los malos y los regulares. No quiero olvidarme de nada. Así, cuando ya no pueda hacerlo, no tenga la impresión de no haberlo vivido. Porque, por más que reciba alguna ayuda de alguno, no es mucho y se gasta pronto. Y la memoria, la memoria también se va. Durante las fiestas de fin de año paré un poco, y dejé descansar a mi cuerpo. No sólo de los pijazos, también de los cuidados de mi aspecto. Poniéndome a desear en abstracto, me coparía que algún mentor me bancara una depilación definitiva, pero mientras tanto, es un embole. El año comenzó raro. Vino un pibe, re pendejo, lector de mis relatos, que me rondaba hacía unos meses y que no se decidía. Me decía que no era homosexual, pero eso me lo dicen casi todos, porque si sos homosexual, no vas a venir con un puto pasivo, vas a ir con un chabón ponedor de pija firme. Pero éste decía que le interesaba mi "técnica", que también era masajista. Pero cuando apareció, estaba como aterrorizado, apenas me dejaba tocarlo. No se quiso sacar el boxer y sólo me dejó masajearle las piernas, ni siquiera la espalda. Me dió la impresión de que quería entrenar para ser una especie de super hombre mágico onda Doctor Strange, empachado del universo Marvel el pibe, así que le di un par de consejos para que tuviera buena postura a la hora de meditar. A ver si lo ayudaba en algo. Igual esas cosas se consiguen con perseverancia y, sobre todo, menos terror a la vida que te pueda salir de la pija. Muy frustrante en todos los aspectos el comienzo de año, la verdad. Y lo que siguió no fue mejor. Me llamó un tipo, por un anuncio callejero. Y no me dio tiempo de decirle mucho, me confirmó al toque, debe haberle gustado mi voz, y al rato lo tenía tocándome el timbre. A mí su voz me había gustado, macho argentino, muy recio. El chabón era fletero. Se la pasaba cargando cosas todo el día. El cuerpo lleno de tatuajes tumberos, no de los lindos y coloridos, sino re callejeros los tatuajes. Pero en la camilla, el chabón, cuando relajó, se me puso re puto. A veces pasa con estos chabones hiper masculinos, que necesitan compensar cuando se cierra la puerta, y se vuelven unos tremendos maricones. Pero putazo putazo. Se me ponía de cola y gemía como una mujer. Qué me vas a hacer, qué me vas a hacer! me repetía, como pidiéndome que lo violara como a la Coca Sarli en Carne. Onda que lo forzara con violencia. Y si yo me había excitado al principio cuando lo veía tan recio, en cuanto se me mariconeó así mi pija se me puso como un cabello de ángel, una tristeza sexual absoluta de mi parte. Además, físicamente el tipo estaba muy venido a menos, su cuerpo era desagradable. El culo todo como derretido y fofo, panza de años y años de cerveza. Y muy demandante, hasta un punto en que se puso medio violento él, porque no me ponía violento yo con su cola. Me exigía que se me parara y que se la pusiera. No amigo, no funciona así. Si querés que se me pare, me tenés que hacer gozar. Me tenés que tocar los pezones. Y fijate lo bien que me funciona lo de los pezones, que en medio de una situación así de desagradable, se me empezó a parar cuando él me hizo caso y me tocó como le decía. Y medio que hasta lo empecé a apoyar y todo. Pero el chabón era re vago, quería quedarse culo arriba, como una vaca en el campo, y que yo lo sirviera, pero como machito ponedor. Yo me pongo en rol de servidor, pero para ser puto pasivo. Si querés que sea un machito ponedor, bueno, no es lo mío. Pero si querés que me ponga en ese rol, ponete las pilas y laburá como yo te lo estoy diciendo. Qué me conozco y sé qué hace falta para que se me pare. Pero el chabón no quería laburar tampoco, así que tranzamos en que le lamiera el ojete, un ojete horrible, yo extendía la lengua re lejos de mi cara, cosa de no tener que tocarlo más que con la punta de la lengua, mientras él se hacía la paja y repetía, qué feliz me hacés, qué feliz me hacés. Yo creo que más que nada el chabón lo repetía para hacerse la cabeza, porque era todo un garrón. Finalmente se incorporó y sacó su lengua y me pidió que nos besáramos y tenía un aliento de tiburón, horrible todo. Y yo saqué la lengua y el me empezó a pasar la punta de su lengua encima de la mía, y así por lo menos evité que su lengua entrara dentro de mi boca. Una situación muy penosa. Infernal. Pero el tipo soltó el lechazo y se fue. Fue bueno porque pasó, pero qué situación horrible. Un mal año. La puta madre de todas las putas, si estás en algún lugar donde vivan los dioses, Gran Puta, protegeme de tipos así, que se alejen de mi camilla. Con todos los hombres buenos que hay, que no sean estos a los que atraiga. Pero no voy a terminar el balance en esa nota tan deprimente, porque finalmente cayó un tipo que estaba bien. Rubiecito y bajito, onda Spider man. El pelo, de tan dorado, parecía bronce. Muchos problemas musculares, eso sí, porque el chabón, como el fletero, trabajaba cargando una cantidad imposible de peso por día. Venía directo del laburo, con su uniforme y me había aclarado que era hétero, así que no le insistí en que se pusiera totalmente desnudo. Y yo no me saqué nada de la ropa. Lo encaré como una sesión normal de masajes. Su cuerpo era agradable, chiquito pero agradable. Muchos tatuajes, pero tatuajes lindos, super coloridos, nuevos, o renovados hacía poco. Su boxer también era colorido. Y limpio. Cuando me incliné sobre sus piernas para masajearle las manos veía cómo se le amorcillaba la pija debajo del boxer. Cómo empezaba a hacerle carpita debajo de los colores brillantes de la tela. Eso era buena señal. Tenía buena energía y charlábamos bien mientras le masajeaba los pies y los gemelos. Los pies eran lindos, limpios, parecían brillar por dentro. Se los hubiera besado si no hubiera querido dar una imagen seria de buen masajista. Un tipo lindo. Un hombre que valía las penas anteriores. Esto del servicio tiene momentos que lo compensan, o varones que lo compensan. Es tan satisfactorio poder estar a los pies de un hombre así, después de haber pasado momentos desagradables. Cuando me tocó hacerle los muslos le pedí que se arremangara el boxer, él comenzó a arremangárselo pero me preguntó si no se lo podía sacar, para que no se le manchara. Y claro, cómo le voy a decir que no. Era la señal que me estaba dando para decirme que también me quería como servidor sexual, después de todas estas experiencias horribles, era un gesto que había estado esperando que él me diera. Él quería tirar el boxer hecho un bollo, pero yo se lo doblé con respeto y lo puse encima del resto de la ropa. Finalmente le vi la pija. Era larga y finita, pero muy larga. Cuando me inclinaba entre sus piernas para masajearle las manos, se le terminaba de parar. Me hace sentir tan seguro, como puto, que la pija del macho se hinche cuando me inclino ante él, porque quiere decir que acepta mi sumisión y servicio. Y yo siempre sé qué hacer cuando una pija se para. Igual le terminé el masaje, y me tomé mi tiempo, porque el pibe tenía problemas en serio y esperaba poder aliviarlo. Cuando terminé, me senté en el piso, al lado suyo y esperé alguna otra señal para hacerle el final feliz. Estábamos en silencio, él con los ojos cerrados y la pija expuesta con una media erección que, de a poco, se iba poniendo más firme. Yo estaba quietito al lado suyo, y sólo se la miraba a la pija, pero la pija se le iba parando sólo con eso. Así que le pedí permiso para acomodarme entre sus piernas y empecé a trabajársela. No hice nada raro. Sólo manual y oral combinados. Pero estuvimos un buen rato. Ahí se acabó la charla. No nos dijimos más nada. Sólo se escuchaba el sonido de su pija cuando chasqueaba al entrar y salir de mi boca. El glande era chiquito, más finito que el tronco de la pija, pero el tronco era tan largo que había espacio para que pudiera pajearlo con una mano mientras metía y sacaba de mi boca el resto. Una pija así es especial para el sexo anal, pero para eso hace falta que el tipo tenga una participación más activa. Acá la onda iba en que el chabón estuviera quieto, como desmayado, dejando hacerse por el pete y la paja combinadas. Es la típica que busca el hétero cuando viene conmigo, cerrar los ojos y dejarse hacer por el puto, que conoce su oficio. Ni siquiera me tocaba con sus manos. Fui yo el que le empecé a tocar todo el cuerpo, cuando él empezó a exhalar más fuerto por el placer. Sentía que su cuerpo vibraba debajo mío, que sus muslos irradiaban calor. Esos muslos tan rubios, tan blancos, me daban unas ganas tremendas de sumar todo el resto de su cuerpo al placer que le estaba dando en la pija. Así que dejé mi cabeza sobre su garompa, como un centro gravitacional donde subía y bajaba mi boca, mientras con mis manos y mis brazos iba recorriéndolo de la cabeza a los pies, abrazándolo y acariciándolo. Como si todo su cuerpo se hubiera convertido en una pija que estuviera masturbando. O al menos eso era lo que había empezado a alucinar yo, mientras le cabalgaba la pija con mi boca. Qué loco, el efecto alucinatorio que me producen las pijas cuando las tengo mucho tiempo en mi boca. Finalmente acabó cuando le hacía la manual, puso los ojos en blanco y la leché le saltó hasta las tetas. Cuando se volvía a vestir le comenté que, por lo general, lo bien que chupaba la pija hacía que los tipos se olvidaran de que también mis masajes estaban buenos. Él se disculpó por lo mucho que había tardado en acabar, pero a mí no me había importado en absoluto, porque había experimentado ese trance alucinatorio que me genera tener mucho tiempo una pija en la boca y el tiempo se me había pasado como en un segundo. Quizás sea eso, ese trance en el que entro cuando me ponen una pija en la boca, lo que hace que los tipos se olviden de lo buenos que son mis masajes. Vida de puto, en fin. Cuando caigan más tipos para que me ponga a servirlos, se los voy a contar. Esta fue larga, porque estuve mucho sin escribir. Venía con una mala racha y no quería que fuera todo un garrón. La vida es buena cuando la pija es buena.
Comentarios
Publicar un comentario