La esencia del buen polvo
Estoy tan acostumbrado a que me traten como a un sirviente sexual, un ser que está ahí para servir sólo al placer del otro, que cuando aparece algún pibe que me trata como alguien a quien se puede corresponder, en un ida y vuelta, me quedo como descolocado. Este pibe está en los veinticortos. Rico pibe. Lo ves y es el prototipo de pibe de barrio que te puede atender en cualquier lado. Por teléfono me hablaba en inclusive, amigue, me decía, lo que ya notaba cierta actitud de deferencia al puto. No me molesta si me hablan en masculino, en inclusive, o en fememino, porque todo habla, en realidad, acerca de la persona que lo utiliza, pero este pibe ya tenía de entrada una apertura mental copada, me hacía acordar a la de unos amigues con los que una vez hicimos una porno, unos machitos divinos, re ponedores, que también usaban el inclusive. Este chico venía de separarse de su mujer, que lo había agarrado pirateando, así que estaba todavía en el período de balance de daños, preocupado, más que nada, por trabajar lo suficiente para que no le faltaran cosas a los hijos, luego del colapso de la pareja. Pero hoy era su franco y le daba curiosidad toda la cuestión de los masajes. Era un caso de heteroflexibilidad perfecta y bien asumida. A través de la página de contactos había descubierto que le gustaba garcharse chabones y que de eso no tenía por qué enterarse nadie. Si hay piel, me decía, está todo bien. Lo que no le gustaba es ni que lo apoyaran, ni que lo garcharan, ni nada que se le pareciera, el chabón era sólo activo. Una vez tuvo que irse de un encuentro, porque un tipo insistía en apoyárselo, y eso a él no le cabía. Yo le aclaré que, conmigo, no había peligro de que eso sucediera. Soy el pasivo perfecto, por eso me dedico mayormente a laburar con heterosexuales, que son los que lo saben apreciar. Mientras hablábamos el pibe se manoteaba el ganso, hasta que en un momento me preguntó directamente si no le molestaba que se hiciera una paja mientras yo lo masajeaba. Yo, que estaba masajeándole los pies a esa altura, le dije que no me importaba, claro, qué otra cosa le iba a decir? Así que el pibe empezó a trabajarse la erección mientras yo le buscaba todos los lados a los músculos de sus pies y, cuando le pedí permiso para hacerle los talones con mis dientes, él ya la tenía re al palo. Nunca le habían masajeado los pies, me decía, mientras me metía sus talones en la boca. Te molesta? le pregunté. Me encanta, me dijo, mientras se daba masa con las manos. Como vi que le gustaba tanto, le trabajé también los metatarsos con la boca, dándole pequeños mordiscos en los callos, para ablandárselos. Él ahí se retorció de placer debajo mío, agarrado a su pija. En los metatarsos hay glándulas que liberan hormonas, así que podía sentir el gusto salado de sus hormonas liberándose en mi boca, mientras el gozaba y cerraba los dedos de sus pies para alcanzarme la cara, los ojos. Su anhelo de tocarme, de llegar hasta mi piel estaba ahí desde el primer momento. Esa frase que él había dicho ni bien comenzar: si hay piel, hay todo. Y él buscaba la piel. Cuando le había masajeado las manos al principio, él me había correspondido con las suyas. Cuando le chupé los pies después, el me acariciaba el rostro con sus dedos. Cuando le chupé la pija, al toque, el se agarraba de mis muñecas. Siempre me conmueve que me toquen. Esto que contaba al principio del relato: mi posición es generalmente la del servicio sobre un cuerpo que se mantiene distante, y que este chico buscara tocarme, conectar, me abría por completo y me ofrecía a él aún más profundamente de lo que pudiera haber imaginado. Incluso se dio cuenta del uso del único mechón que me dejé sin rapar, en la coronilla de mi cabeza. Es común, dentro de la mística del servicio, que los servidores nos afeitemos la cabeza, porque el pelo largo es signo de libertad, cosa de tribus sexuales, pero yo me dejé un mechón ahí arriba, para que el tipo al que se la estoy mamando tengo algo de que agarrarse cuando se la chupo. Como yo me alejé de esos circuitos sexuales hace tiempo, ese es un detalle en el que nadie repara, pero este pibe la cazó enseguida, y ahí estaba, agarrándome de mi único mechón, mientras se la chupaba a gusto. Y hubo un momento en que me tomó del rostro, siempre todo con mucha suavidad, mucha delicadeza, y sentía la parte blanda de sus manos contra mi cara y les juro, por lo que más quieran, que ese toque me llegó hasta el centro de mi alma, sentí que me ruborizaba, así con su pija en la boca, puto ajado como soy, me ruborizaba como un adolescente, con su pija en mi boca, y sentí también que se me abría el corazón, pero que se me abría para servirlo mejor, para conectar, así como él buscaba que conectáramos con la piel. Yo conectaba con mi corazón abierto directamente con su pija, con sus manos. Y la pija que entraba y salía de mi boca yo empezaba a sentir que entraba y salía de mi corazón, que había una conexión profunda de placer ahí. Una pija larga y finita, especial para las penetraciones anales y que a mí me hubiera gustado, hubiera adorado que ese pibe, con su tacto divino, que me abría el corazón con tanta suavidad, para agobiarme de placer, me hubiera masajeado los pezones al penetrarme, quizás con él hubiera alcanzado el placer anal que estoy buscando tanto como los caballeros medievales buscaban el grial. Pero él acabó antes, me sacó la cabeza de repente, y se agarró la chota hasta irse en leche. Muchísima. Se quería matar, el pibe, que se había ido así, sin querer. Le dije que no se preocupara. Que pija a mí no me faltaba. Y que no estropeara un momento tan bueno con sentirse culpable por nada, que yo la había pasado genial. En el ascensor me agarró un pezón y me dijo que se había quedado con ganas de hacerme la cola. Yo le dije que cuando quisiera, tenía las puertas abiertas. Ojalá que vuelva también él. Piel. Qué buena piel. La buena piel es el paraíso en la tierra, amigos. Compensa tantas cosas. La buena piel es la esencia del buen polvo, no importan los detalles si hay buena piel.
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