Dulce santiagueño

 Cuando lo vi pensé, es un lindo chico. Bajito pero lindo, proporcionado, linda carita, nunca se la vi entera, porque nunca se quitó el barbijo. Me hizo la cola con el barbijo puesto. Qué loco, que ahora que alguien tenga la mitad de la cara cubierta te deje más tranquilo. Yo me saqué el barbijo porque se la tenía que chupar. En el ascensor le agarré el ganso por encima del pantalón. Nadie entra en mi gabinete si antes no le agarro el ganso en el ascensor, cuestión de códigos. Pero el pibe estaba re nervioso. Re. Onda nervioso como un hétero que se está dando cuenta que está por garcharse a un trolo. Se dejaba agarrar el ganso, pero no se quería terminar de sacar la ropa. Se bajó los pantalones y los slips, para que se la chupara así de parado. Yo ya estaba con el suspensor puesto y el cuarto estaba cálido. Le pedí que se acostara en la cama. Aún así no quería sacarse los pantalones. Se la paré así, con el chabón reclinado de costado en la cama, los pantalones por la pantorrilla, listo para salir corriendo y la pija al aire, que me ofrecía. Se la paré con la mano re fácil, apenas la empecé a tocar se desplegó como un largavistas. Linda pija también. Se la iba a empezar a chupar así, pero era todo muy incómodo, así que insistí para que se sacara los pantalones. Con la pija parada le cayó la ficha que era mejor que se los sacara. Es que, cuando a un hombre se le para la pija, siempre empieza a sentirse cómodo. Yo también, cuando a un hombre se le para la pija, siempre estoy un poco más cómodo. Es que, frente a una pija parada, siempre sé cómo comportarme. Me acomodé sentado debajo de sus piernas para petearlo tranqui. Despacito lo peteaba. La pija estaba curvada hacia arriba, pero no llegaba a molestarme en la garganta. No sé cuánto tiempo pasé peteando, porque suelo perder la noción de tiempo con la pija en la boca, cuando sentí que el pibe alarga una mano para tocarme una teta. Ahí entendí que me quería garchar. Es lo bueno de que te lean los relatos. Ya saben qué resorte tocar para emputecerme. Saqué la cabeza de su pija para decirle que eso funciona cuando me tocan las dos tetas a la vez. Me unté los pezones con aceite y llevé sus manos hasta mis tetas. Así, le expliqué, entre el pulgar y el índice. Y volví a bajar la cabeza para petearlo. Es loco cómo la técnica es la misma, pero varía de persona en persona la ejecución, porque este pibe tenía un tacto súper suave sobre mis pezones, re dulce. Me dejó la mente en blanco en cuestión de segundos. Qué puta que soy. Qué bueno haber descubierto el resorte de mi placer. No tener que fingir más que estoy gozando. Porque si antes me gustaba chupar la pija por voluntad de servicio y por hacerme cargo de mi lugar de puto en el mundo, ahora con estas manos tan dulces tocándome los pezones estaba absolutamente transportando de goce y la pija en mi boca la sentía como si fuera la pija de un dios, ese pequeño dios santiagueño que me hacía volar de placer. A mí que me chupen la pija no me va ni me viene, pero que me toquen las tetas mientras yo chupo una pija es para mí lo más cercano a un 69 que puedo experimentar. Me hubiera quedado así por siempre, era tanto el placer que sentía, placer de sentir esa pija cada vez más dura en la boca y esas manos tan suaves que me nublaban la cabeza. El pibe, porque era un pibe, no parecía cansarse de tocarme, y mientras el pibe no se cansara de tocarme, yo iba a seguir chupando hasta el fin de la eternidad. Suspiré de placer y el pibe aprovechó para decirme. Querés coger? Yo le dije Vos querés coger? Si vos querés, sí. Un dulce, el pibe, súper suaves sus modales. Tan suave como su acento santiagueño. Mientras buscaba el botiquín con los forros y el gel se le bajó un toque la pija. Yo le dije No te preocupes que te la vuelvo a parar, pero vos tenés que tocarme bien las tetas ahora, para que se me abra la cola. Tomá, mojate los dedos en esto, y le pasé el frasquito de aceite. El se mojó los dedos y se los emprezó a frotar entre sí mientras yo abría un gel y se lo ponía sobre la chota amorcillada. Está buenísimo eso, sonrió cuando lo empecé a masajear con el gel. Y la pija se le puso duro al toque. Ah, los pendejos y sus pijas de erección fácil. Después le puse el forro y más gel encima y ahí sí, me incorporé, el acomodó sus manos en mis pezones para empezar a estimular ahí y yo con una mano me sostenía sobre su muslo, mientras que con la otra enfilaba la cabeza de mi chota contra la abertura de mi ojete. Empecé de a poco a soltar mi peso encima de la pija y así me fui ensartando de a poco. Tocame fuerte las tetas, haceme sentir tus manos, le pedí. Pero no sentía tanto las manos, no sé si porque él estaba prestándolo atención a lo que sentía en su pija que me iba penetrando, o si yo mismo dejaba de percibir las tetas al sentirme penetrado. Yo seguí soltando el peso, con un leve dolor, hasta sentir que mi cola se pegaba a los pendejos de su ingle. Y ahí lo comencé a cabalgar despacito, suavecito, como él, que soltó mis tetas, para apoyar las manos en mis rodillas. Yo basculé la pelvis hacia adelante, recliné el tronco hacia atrás y comencé a mover la cadera, para hacerle sentir la cola cómo subía y bajaba sobre el tronco de la pija. Ya la cola le tenía completamente abierta, así que podía regular bien los movimientos. En un momento lo veo sonreír debajo del barbijo y exclamar algo que no se terminó de entender. Seguí un poco más y ya sentí como la pija se iba bajando dentro mío, hasta resbalarme fuera de la cola. Pensé que había sido culpa mía, que había perdido su erección. Pero cuando fui a cambiar el forro, que se había manchado, vi que ya estaba lleno de leche. Acabaste! le dije. Y, sí, me dijo sonriendo, cómo no acabar así!

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