Pendejo del Moyano
Veinticortos. Morochito. Morrudito. Trabajaba en el Hospital Moyano. Cargando cosas todo el día. Le alcanzaba solamente para media hora. Acepté porque era pendejo, parecía bien sano y yo había tenido una semana con gente demasiado baqueteada. Nunca se había hecho un masaje y quería que le hiciera la espalda nada más. Era todo fibra, los músculos durísimos, de hierro. Juro que nunca toqué una cola así de dura, parecía hecha de piedra. Cuando lo di vuelta, se le paró en el momento en que me sentaba debajo de sus piernas y alargaba su mano para tocarle la pija. Pija gordita y corta. Casi me hecho atrás, porque tenía olor a meo. Pero el pibe era re limpito. Y la pija me daba confianza. Después de la mala racha que tuve, era lindo encontrarse una pija confiable. Intuiciones. Al principio me costaba abrir los maxilares para que entrara bien, pero después de unos momentos la articulación se me ablandó y pude petearlo a gusto. Primero lento y después, cuando aceleré el ritmo, como era cortita pude darle pequeños golpeteos con mi cara sobre su pubis. El empezó a mover las caderas para acompañarme. Bien el pibe, cómo se movía. Acabó al toque, me pidió sacar la pija, se la agarró y salió una leche espesa, pesada y blanca. Se la estaba limpiando, cuando se le volvió a parar. Así que se la chupé un rato más. Hacía varios días que no chupaba una pija con gusto. Nos quedamos bastante más de media hora. Tengo que considerar darle más cabida a pendejos así, para no perder el equilibro con los otros casos que recibo y que a veces me hacen perder el equilibrio y pensar que las pijas no valen la pena. Sí que lo valen. Para un puto como yo, son todo.
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