Mal día para comerme al pez banana
Hoy no es un buen día y no estoy muy hablador con él, aunque es más agradable de lo que pensaba, muy gentil y canchero. Más temprano, al amanecer, tuve una crisis de llanto por mi novio, que después de tantos años, me abandonó y, aunque parezco haberlo superado bien, cada tanto vuelven imágenes a mi cabeza que me dejan hecho un ovillo de gemidos lastimosos, porque no puedo creer que toda esa felicidad se haya ido para siempre, y junto con él, su manera de caminar, su campera, pensar en su campera me hizo llorar. Es muy loco cómo a veces estos detalles cotidianos son los que rompen las contenciones que le ponemos a nuestras emociones para no deshacernos, como yo me estuve deshaciendo más temprano, tirado en el piso, porque mis piernas se me doblaron de la sorpresa cuando surgió el dolor, cuando nadie me miraba. Luego me enteré de que un hombre bueno, todavía joven, que había aparecido de la nada para brindarme su protección, está muy enfermo, quizás terminal, y esto me hace sentir no sólo mal por él, sino también por mí. Con tantos soretes sueltos que hay por ahí, encontrar a alguien que se preocupe por alguien como yo no es tan sencillo. "El amor de puta es como el amor de madre", me dice un pibe al que le cuento mi desconsuelo, "y siempre aparece alguien que se acerca a ocupar el lugar vacío", pero yo no puedo sino sentirme desgraciado, además, no soy una puta, soy un puto, y de Constitución. A este señor que se está desnudando sobre mi camilla, casi le digo que no venga, pero decido hacerlo para así me voy un poco de mi cabeza. No lo logro en absoluto. Como yo, aunque siempre sonriendo con amabilidad, no estoy hablando demasiado, es él el que se pone a hacerlo. Y me habla, básicamente, de sus cuarenta años de matrimonio feliz. Nunca me entero de los nombres de las esposas de los varones que vienen a servirse conmigo, pero ésta vez sí, porque él no deja de contarme anécdotas de todos sus años juntos. De la vez que fueron a Pernambuco y no tuvieron que pagar la entrada para ver a los delfines porque los delfines salieron del sitio donde estaban siempre para ir hasta el mar abierto y mostrarse espontáneamente a su mujer, que charlaba con una vecina. O de las peleas nimias que hacen a la vida cotidiana, pero que dejan traslucir el afecto constante de la vida conyugal. Recuerdos de felicidad de toda una vida, que este señor me muestra como quien comparte cosas valiosas que saca de algún cofrecito atesorado en su memoria. Toda su vida se despliega ante mí, mientras lo masajeo, la historia de un matrimonio feliz, que pudo mantenerse así porque él, siempre, una vez por semana, viene a la capital a tener algo como lo que esta tarde está teniendo conmigo. Y yo de golpe siento que la crisis de llanto que me golpeó por sorpresa más temprano, va a volverlo a hacer en la peor situación posible, porque esto que me cuenta es toda esa imagen de la felicidad que yo presiento que nunca estará a mi alcance, que la tuve, seguro, y que fue sincera, también, que fue real, pero que ya no coincide con lo que está escrito en mi destino, mi destino de servicio, del que tengo que hacerme cargo. Hay muchos tipos de felicidad, y esta ya sé que no será la mía. Hay otras felicidades al alcance, pero despedirme de ésta es como despedirse de un ser querido cuando muere. Algo que ya no va a volver a ser. Quizás, como los seres queridos que murieron, esta felicidad que viví y que murió para mí, vaya directo hasta algún paraíso reservado a las emociones felices, para cuidarme desde ahí, como me cuidaría una abuela que me hubiera querido mucho. Aprovecho cuando me pongo a masajear las cervicales y que éste señor no me ve, para dejar escapar un par de lágrimas y unos sollozos mudos y así descomprimir mi pecho. Y sigo como si nada, buscando que mis emociones de puto tonto no afecten su goce semanal, que tan bien ha funcionado como vía de escape para mantener la armonía en este viejo matrimonio. "Yo no oculto nada", aclara "ella sabe, ella sabe todo". La pija parece irremediablemente fláccida. A los primeros toques no responde, luego recuerdo mis problemas el otro día con la erección y paso a tratarla como yo siento que alguien tiene que tratar mi pija si quiere que se ponga dura: toques suaves, cariñosos, casi tímidos, la mano en la actitud de un ave que empolla a sus pichoncitos, que la mano transmita la sensación de calor y seguridad de un útero, para que se sienta segura de crecer en un entorno afectuoso. La mano del puto dando su amor de madre a la pija. No tardo mucho en lograr que así empiece a hincharse y crecer. Me siento orgulloso de mi habilidad con la pija. Como un guitarrista virtuoso, hago que en un par de minutos la pija esté gorda y reluciente delante mío, lista para el aceite. Este señor no quiere nada especial, me dice, sólo lo que esté dispuesto a ofrecerle. No me piensa exigir nada. Yo le ofrezco mi boca en su pija, con la condición de que no me acabe en la boca. El tiene un amigo gay, de toda la vida, al que le acaba siempre en la boca. "Sí, pero es tu amigo de toda la vida. Lo mío es estadístico", le digo. ¿Estoy ortiva porque me siento desgraciado? No sé, no creo. Es lo que le digo a todos. Su pija se siente suave al tacto de la lengua y, después de todas las pijas torcidas que me venía comiendo estos días, es un cilindro perfecto, muy fácil de mamar. Me concentro en la mamada, primero le masajeo las tetillas, pero después encuentro un ritmo que puedo sostener, y me aferro a los lados de la camilla y le empiezo a dar, pensando en el tempo, como si tocara un instrumento, pero con la boca, la lengua y los labios, todo desaparece alrededor mío, salvo mi boca y sus componentes, sobre la pija así bien parada, que se ha convertido en lo único que existe en el mundo. Mucho tiempo me quedo ahí. Entre veinte y treinta minutos. No sé si es común eso. No puedo dar más hoy. Estoy destrozado anímicamente, darle un trabajo tan prolongado sobre la pija, sin interrumpirlo, es lo que podía dar. Así, además, no tengo necesidad de ocultar que, en determinado momento, se me escapan lágrimas de los ojos, pero no porque me esté atragantando con la chota, sino porque mi corazón, a pesar de que ya lo creía agotado, sigue igual de roto. Estoy tan alucinado por el dolor que hasta creo poder comunicarle la emoción de mi pecho a la pija, no para que llore, sino para que sienta, como si la pija tuviera una conciencia propia con la cual yo pudiera comunicarme a través de mi corazón herido, y así hacer que sienta conmigo, unir nuestras emociones, como se unen las conciencias enamoradas. Delirios de puto loco. En un momento varío el ritmo de la mamada, enrollo la lengua y los labios alrededor del glande, tres veces seguidas, y luego lo sigo con una penetración profunda de toda la pija hasta la garganta, haciendo un ritmo de tres por uno para la chota. Llego a dormirme unos segundos en el trance, como... ¿vieron los camioneros, cuando pierden el control por unos segundos del volante y tienen que maniobrar rápido para no caer en la banquina? Yo casi me caigo de frente sobre la pija del chabón, dormido, pero reacciono a tiempo. No me importa y sigo, porque en el pete está la vida para mí, aunque sufra, sucede una y otra vez, con una pija en la boca mi lugar en el mundo tiene sentido. Apenas pierdo un compás del ritmo que estoy siguiendo, pero el trance ya está inducido y, durante el resto de la mamada, tengo un sueño lúcido, fuera del alcance de mi voluntad, en el que desfilan ante mí las imágenes de un jardín perdido, con una abuela feliz que cuida de sus nietos, entre arbustos de rosas. Por el rabillo del ojo veo como si el hombre se enjugara también una lágrima, pero creo que es sólo que se está quitando una basurita del ojo. Saco la cabeza de su pija y él suspira aliviado "bueno, yo cumplí con mi parte, no te acabé adentro". Lo hago acabar con movimientos pequeños y dinámicos sobre el frenillo. Eyacula muy muy poca leche.
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