Eyaculación tántrica
Primero cayó un taxista, que ya había venido en el verano. Muy suave. Muy gentil. Con un inicio de lesión por un partido de fútbol del finde. No le chupé la pija, porque no se la había chupado la vez anterior, y aún así había vuelto. Le hice un masaje en la chota con aceite y le trabé apenas la punta de un dedo en el culo, sin penetrar, para activarle un orgasmo anal. Cuando fue acercándose al orgasmo, noté que alargaba una mano tímidamente, para buscar contacto conmigo. Yo estiré una pierna, para que pudiera abrazarse a ella mientras acababa. Me dio mucha ternura, pero nunca me excité. Luego fui al departamento de un obeso. No un gordito. Obeso. Una montaña de carne con dificultades para respirar y ataques irreprimibles de hipocondría. Mientras yo me quedaba en suspensores, y al lado suyo yo parecía un escuálido Ziggy Stardust, él me contaba todos su problemas, uno de los cuales era que apenas podía pararse por el dolor que le causaban las plantas de los pies. Estuve una hora entera masajeándoselas, recién al minuto 40 me había dicho, con un gemido, que habían comenzado a relajarse. Yo sentía una mezcla de repulsión y piedad. La repulsión era física y completamente involuntaria, instintiva. La piedad me la producía verlo así preso de su propio cuerpo, de su propia vida, de sus hábitos alimenticios y sus neurosis. De ese departamento horrible en el que vivía y que me contaba que le costaba 35 lucas por mes, más expensas. Un departamento horrible, créanme. El tipo trabajaba para pagarse el departamento y la comida. Un departamento horrible. Y una comida horrible, llena de grasas, que le hinchaba más aún ese cuerpo que lo estaba asfixiando. Cómo puede haber gente que viva así, pensaba, yo también vivía así en una época. Yo también podría volver a vivir así, en el peor de los mundos. Porque nunca estamos a salvo de que todo pueda volverse horrible. Otra vez. Horrible otra vez. Al momento de tocarle la pija, yo estaba terriblemente angustiado. Su pija era gorda y de cabeza chiquita. Y no se la pensaba chupar, porque sentía que si me la metía en la boca, le iba a vomitar encima de la repulsión que me causaba. Vivía con dos gatos, muy cachorros, que se escaparon de donde los tenía encerrados, y se abalanzaron sobre su cuerpo, para lamerle el aceite mientras yo lo pajeaba. A uno tuvo que alejarlo de su glande. No pude hacerlo acabar, entre mi angustia, mi repulsión y los gatos que lo lamían por todos lados, su pija se ablandó hasta más allá de la recuperación. Me dio unas palmaditas para que dejara de intentarlo. El último era un paisano de un pueblo limitando con Santa Fé, que programó el encuentro con 2 semanas de antelación. Voz jovial y campechana, me predispusieron muy bien con él. Cuando llegó, su cuerpo era una ruina. Había tenido un accidente con una moladora, que se le había incrustado en un muslo interior, cortándole la carne como si fuera un bife, separándosela hasta el hueso. Cuando los compañeros le tiraron agua oxigenada, al momento del accidente, me contó que se asustó, porque había visto el hueco en su pierna. Con paciencia estaba atravesando el proceso de cicatrización. Hacía poco que su muslo había dejado de supurar suero. Su cuerpo entero también estaba a la miseria. Los pies llenos de hongos, tanto las uñas, como los espacios entre los dedos. La pierna que le había quedado sana estaba hinchada por la retención de líquidos. Pero hinchada mal, El tobillo completamente deformado. Y la pija. La pija era magnífica. Gorda, larga y ondulada, como una de las columnas salomónicas de la Casa de Tucumán. Pero estaba llena de hongos. Creo que nunca en mi vida vi una pija con tantos hongos. No entiendo cómo podía aguantársela así sin ponerse a llorar. La toqué sólo con guantes. Estaba claro que tampoco iba a llevarme eso a la boca. Le hice una paja suave, con un poco de aceite, y subiéndole mucho el prepucio, para evitarle las molestias con los hongos. En un momento me mira, sonriendo, y me guiña un ojo, "qué buena mano tenés, espectacular". Y me acaricia cariñosamente una rodilla. Al final me pide permiso para terminar él de pajearse, "que ya estoy cerca". Quedó muy contento. Me mandó mensajes cuando volvió a su pueblo, que había llegado bien, y a la mañana siguiente también, que se había despertado con el cuerpo muy relajado y que muchas gracias. Yo quedé afectado. Supongo que perdí el balance. El mundo se había convertido en un lugar horrible. Las pijas se habían convertido en tentáculos horribles, que ni siquiera podía llevarme a la boca. Me sentía como un payaso que se saca la pasta de la cara y encuentra, debajo, la máscara demacrada de la muerte. Vino mi ex a visitarme, el que me había roto mi corazón hace poco, y no se fue hasta que me vio comer, de lo mal que me vio. Me fui a dormir con la cabeza hecha un tambor. Y tuve un sueño, en que, después de dos meses, eyaculé. Porque yo practico la retención tántrica del semen y no tengo orgasmos sino cada mucho tiempo. El sueño fue el siguiente: estaba boca arriba, detrás de la barra de un bar. Y había un ser encima mío. Con su pija en mi boca y las alas oscuras desplegadas contra el cielo negro. La pija era hielo, un gancho de hielo inmóvil, curvado hacia arriba, como el mango de un paraguas. De las alas de este ser goteaba agua helada que me caía en la cara y en la boca, y este agua helada me refrescaba y me oxigenaba. Más allá, en el escenario, cantaban una canción que coreaba toda la gente del bar. Una canción al futuro, luminosa y feliz, que dejara entrar el sol, decía la canción, que dejara entrar el sol. Yo empezaba a cantar también, debajo de este ángel oscuro y de su pija helada. Le cantaba al ángel de lo nuevo, que no era sombrío, como en el cuadro de Paul Klee, sino colorido, sonriente y rechoncho. Le cantaba al futuro, que fuera feliz y lleno de sol. Con todo mi corazón bien abierto. En un momento pensé que estaba mi ex también en la sala y que no podía entregarme a este acto de amor, a esta orgasmo que se avecinaba con el ser de la pija helada en mi boca, porque lo estaba engañando. Pero él ya me había dejado, así que no había inconveniente de que eyaculara de amor con el ángel nocturno. Entonces este ser buscó mi mano y me tomó de la mano mientras yo cantaba y deseaba que la canción en el escenario durara por lo menos hasta que alcanzara el orgasmo. Que cuando llegó fue tan largo, tan intenso, como si estuviera meando, pero cada segundo fue de gloria absoluta, porque mi corazón estaba abierto y proyectado, lleno de deseos generosos, hacia un futuro feliz. Ojalá que sea así. Me limpié con cuidado. Me puse en los auriculares las Islas resonantes y me quedé quieto, en el posorgasmo, para seguir abriendo mi corazón.
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