Conducido por un macho porteño
Hoy me desperté con la sensación de que estaba sucediendo: una mutación en mi ser más íntimo. Alguien en quien los hombres ven el signo del sexo. Una persona designada, de manera explícita, para ser depositaria del semen de la comunidad. Con quien está permitido sacarse las caretas y dejar que fluya el sexo. Yo lo busqué. Yo lo quise. Fue el llamado de una vocación. Pero es fuerte cuando sucede. Porque es esto que noté hoy al despertarme, hay algo dentro tuyo que cambia. Que comienza a tomar con naturalidad el cambio de actitud de los otros hacia vos. Natural que el despertarse a la mañana sea saber que te estás preparando para que las pijas se empinen encima tuyo, como serpientes, para escupir sus lechazos. Esto es mi vida. Si uno lo pensara fríamente, no vería nada extraño en esto, ser auxiliar a una función biológica y ya. Pero no es solamente eso. Lo saben quienes han atravesado esta experiencia con sus cuerpos, con la misma intensidad que yo ahora, y hay océanos de hombres y mujeres que lo han hecho. Hay un fuerte componente de descarga psíquica en la eyaculación, lo digo siempre al explicar mis masajes, es luego del momento del orgasmo que todos los músculos finalmente se sueltan, para alcanzar un estado de relajación profunda. Y a eso tenemos que sumarle que el acto sexual verdaderamente cobra impulso cuando se sueltan también las caretas sociales, esta constatación de que, cuando los motores se calientan, el impulso de las chotas hace que se suelten las máscaras, para desbordarse en lo que les manda su deseo. Es en ese estado de excepción que se produce la descarga del orgasmo, y que lo convierte en una descarga psíquica. O espiritual, como prefieran ustedes verlo. Y toda esa carga la recibo yo, junto con la leche. Ser el depósito de leche de los otros, me convierte también en el depósito de esa energía. Un ser valioso en la intimidad y despreciado en público. Llevo encima la energía que han querido descargar para poder funcionar bien en otros ámbitos, el laburo, los amigos, el matrimonio. Y por eso un ser tabú. No me quejo. Yo elegí voluntariamente este destino, que reconozco como el mío. Pero es fuerte. Es fuerte la cantidad y la naturalidad con la que está comenzando a pasar. Que las chotas vengan así hasta mí, porque saben que acá... pueden. Toda esta energía, hay chicas que son destruidas por eso. La semana pasada sentí la pulsión de la degradación espiritual que me producía la cantidad de sexo que lo demás conducían hasta mí. Pero en mi degradación está mi exaltación, yo no la voy a rechazar. Ni me voy a drogar. Ni a emborrachar. Ni a adoptar actitudes autodestructivas. Soy limpio. Soy sobrio. Soy sano. Y también consciente de este rol en el que vivo mi destino. Mi descarga son el trabajo físico, la meditación y la escritura. Escribirlo todo acá me está ayudando. Perdón si me fui un poco del porno habitual. Necesitaba decirlo. Estas reflexiones me las gatilló, en realidad, un chabón que vino ayer a verme. Vino por la página de masajistas. En la charla previa él estaba interesado en que tuviera "juguetes", es decir, dildos para meterle por el ano. "No soy gay, pero si fluye me dejo llevar" me explicó. Yo le dije no sólo que no los tenía, sino que yo no era un chongo activo que me lo pudiera garchar, que era exactamente lo opuesto, un puto pasivo para lo que garchen. Que en todo caso podía hacer buenos masajes de próstatas y estimulación rectal. Pero que no podía pretender que yo fuera algo que no era en realidad. No voy a tomar viagra, como hacen muchos, para forzarme la erección. Es una de las claves para mantenerme cuerdo. Eso le dio todavía más ganas de venir, estaba exultante "estoy seguro que vamos a pasar un buen rato". Era un tipo de cuarenta y largos. Con mucha experiencia en este tipo de ceremonias. Muy masculino. Muy seguro de sí mismo. De poder controlar la situación. Nada de nervios. De hecho, era él el que todo el tiempo buscaba tranquilizarme a mí. Y esta es la señal verdadera de quien sabe cómo dominar una situación y de cómo dominar a la otra persona. Tranquilizarlo. Que se confíe. Como se tranquilizan los animales en una granja. Así me sentía yo, que me buscaba tranquilizar como a un animalito. En el ascensor me dio un golpe afectuoso en la espalda "vamos a pasar un buen rato, no?". Me había pedido una sesión extra larga y, una vez en la camilla, yo le pregunté qué quería y él me dijo "tenemos todo esto tiempo para disfrutar, te dejo a vos la elección". Yo debería haber elegido dar el masaje. Porque era mucho tiempo. No cerraba empezar por el final. Porque iba a ser todo un largo final, inabarcable. Y sin embargo lo hice. Empecé por el sexo, desde el minuto uno. Era algo en su mirada, en su manera de hacerme sentir que estaba todo bien. Que me llevó a tomar esa decisión que no era la que yo quería. Era la que él quería. Pero me la hizo tomar a mí. Me hizo creer que lo que yo quería era lo que él quería. Me dominó mentalmente desde el momento en que me hizo sentir tranquilo él a mí y no yo a él. Mente superior domina mente inferior. Eso sentí. El me decía que se iba a dejar llevar por mí, pero era yo el que lo estaba haciendo. Un juego de espejos endiablado, en el que mi voluntad se anuló y se identificó con la suya. En vez de masajearle los pies, como debiera haber comenzado, se los lamí, se los chupé y se los besé, mientras alargaba un brazo para descargar el peso de mi mano encima de su chota, que se comenzaba a hinchar. A partir de entonces no paramos, fueron noventa minutos de sexo puro y duro. Como si yo hubiera sido una de las putas dominicanas de acá a la vuelta. En eso logró que me convirtiera. Se cayeron también mis caretas. Yo no era el masajista. Yo era la puta que él pagaba. Y con quien podía tomarse las libertades que buscaba. Me dejé llevar conscientemente por la situación y busqué estar a la altura. Se la chupé un buen rato, tiempo nos sobraba. El tenía una pija larga y gorda. Bien gorda. Así que no busqué la garganta profunda, porque ya sabía, luego de la frustración de una chota similar hace unos días, que eso no me iba a pasar. Además, él quería otra cosa. Según lo que habíamos hablado antes, le empecé a tocar la cola, y, como quería más, me puse un forro en el dedo para buscarle la próstata. El se giró y se puso en cuatro, sacando la cola para arriba. Así que le metí el dedo en esa posición, extraña para mí, mientras que con la otra mano lo pajeaba. Yo me maravillaba de cómo un hombre podía estar ofreciendo la cola, arqueando la espalda así y aún en esas circunstancias seguir emanando una vibración tan absolutamente masculina, tan viril como la que daba. Era como el opuesto absoluto mío, que haga lo que haga, y por más que la tenga parada, sigo siendo irremediablemente un puto pasivo. Cuando se cansó, me sacó la mano de la cola, levantó una pierna, como haría un perrito y me trajo suavemente debajo suyo, la cabeza a la altura de la pija, para cojerme la boca. Lo hizo sosteniéndome la cabeza con dulzura, yo sentía como me garchaba la boca, pero al mismo tiempo la delicadeza con la que me sostuvo de la nuca hasta que buscó una almohada donde apoyarla. Yo estaba entregado, me dejaba garchar la boca, la abría bien para que la chota gorda esa entrara sin problemas. Quería complacerlo. Quería que estuviera orgulloso de mí, como un caballo quiere que su poseedor esté orgulloso de él. El disponía de mi cuerpo como si fuera suyo, sabiendo que era suyo. Sacaba la chota y me la refregaba por la cara antes de volverla a meter, para que besara por los lados y en la base, soltando el peso de su pelvis contra su cara, para sentir cómo la pija se apretaba fuerte contra mi rostro. ¿Hablaba el otro día de degradación? ¿Por qué resulta tan degradante que te presionen al pija así contra la cara? ¿Como si tu rostro, que son todas tus emociones, no valieran nada frente a la pija esa que lo aplasta así? Él se dió vuelta y se sentó encima de mi rostro, me refregaba el culo en la cara, y yo se lo chupaba, se lo lamía, se lo besaba. El me agarraba de la cola y yo levantaba la pelvis, en medio arco, para ayudarlo y yo estaba al palo, pero él no me tocaba la pija. Me tocaba la cola, me chupaba los huevos, pero no me tocaba la pija, y movía la cadera con gusto para refregarme su culo encima. Se dio vuelta otra vez, para sentarse a horcajadas y aprovechar mi erección, y se apoyaba la cola contra mi pija. Eso me desmotivó, putazo, soy tan putazo, ya le había dicho, no esperes que sea un chongo ponedor. Así que el que puso la cola fui yo. Se paró y me dio la pija par que se la chupe así hasta que se la volviera a poner bien dura. "Dejame garcharte un poco y después seguimos con el masaje". ¡El masaje! pensé, ¡si nunca hicimos nada que se pareciera a un masaje! Se la chupé así, él parado y yo sentado en la camilla, pero estábamos incómodos, así que yo me senté en el piso, porque él era más bajo que yo y necesitaba otro ángulo de inserción. Finalmente le pedí que se volviera a recostar en la camilla, porque así se estaba cansando al pedo. Así recostado se la chupe hasta que la volvió a tener bien dura, le puse gel primero a la chota, se la masajeé así, le calcé un forro, le puse más gel y volví a masajear. "Con un forro se me va a bajar, no me gustan los forros" me dijo. "Tengo forros más grandes, si querés probamos con esos". "Veamos a ver si funciona, sentame encima". Yo me doy vuelta, de espaldas a él y me siento en cuclillas encima de su pija. Desde que un pibe divino me pidió esa postura hace varios días y que garchamos tan bien, que vengo repitiéndola, buscando volver a tener ese buen garche. Pero la única vez que me funcionó bien fue con ese pibe. Porque todos los demás, después de un rato de dejarme hacer, se hartan y me piden que pase a ponerme en cuatro patas, para que ellos controlen los movimientos. Luego de un poco de dolor, la pija gorda se me va metiendo bien, eso sí. Y no tardo mucho en sentir cómo con mi cola alcanzo a tocar su pelvis. No la siento muy dura dentro mío, sin embargo. El me agarra de los glúteos y me indica el ritmo que tengo que seguir y yo lo sigo. Luego me pide que cambie a cuatro patas, para darle él, a ver si recupera la erección. Nos paramos sin que se salga la pija y yo me vuelvo a acomodar en cuatro patas. El me da golpes de pelvis, que yo no siento mucho, es decir, siento que la tengo a dentro, pero no siento que esté muy parada. Hasta que él para, porque se está saliendo el forro, y yo se lo saco. Me da la pija así de parado una vez más, y se empieza a hacer la paja encima de mi cara. "Te la tomás?". "No" le digo. "Dale, tomátela" me dice con una sonrisa entradora. "No" me río. El chabón este me quiere hacer tener sexo inseguro con él. Pero hay cosas que no hago. Suspira, vuelve a recostarse en la camilla y yo a chupársela. Hay una sensación de frustración en el aire "es el forro que me la baja", repite. "Seguro que no fue mi cola?" digo yo, también con mis inseguridades. Aunque, la verdad, estoy recuperando mi confianza en cómo la uso. "No, es el forro". "Bueno, te la paro otra vez y probamos con el forro más grande que tengo". Se la chupo así un rato, pero no se le para. Es como que mi boca dejó de excitarle. O que no quiera ir a pelo. Tengo que acudir a mis manos y un poco de aceite. Le hago el movimiento que yo llamo "de tornillo", porque es como si estuviera desenroscando la pija en espiral hacia el glande, frotando suavemente la punta de la chota contra la palma de mi mano, y así reacciona y al toque ya estoy amasando una buena erección. Saco el forro grande que tengo y se lo calzo, que en realidad no es un forro grande, es un ultra delgado, que me dejó otro pijudo hace unos días. Este otro pijudo tenía una pija mucho más grande que esta, pero en realidad no importa el tamaño de la pija para aguantar o no el forro, importa la sensibilidad. Podés tener tremenda pija y con el forro ultrafino ir lo más bien. O podés tener una pija gorda, pero no excesiva, como esta y que sólo te queden cómodos los xxl de envoltorio verde. Como era el caso acá. Mala mía, no me quedaban de los verdes. Me volví a sentar encima de la pija, esta vez en cuclilllas y de frente, y entró de una, como si tuviera una vagina en la cola. Lástima que la pija se le bajó al toque otra vez. "No, es el forro" me dijo "no hay caso, vas a tener que terminarme con la boca". De vuelta a darle con la boca y que no se le parara y de vuelta tuve que recurrir a las manos y el aceite, con la maniobra del tornillo, para que volviera a estar dura y larga otra vez. Cuando la vio así, me sonrió, canchero, y me quiso volver a convencer "te le sentás encima sin forro? Dale!". "No" de vuelta me reí al decirle "vos vas por la vida cogiendo a todo el mundo sin forro?". "No voy por la vida" me respondió, frustrado. "Es que no es sólo por mí que no lo hago" le expliqué "es por todos los otros chabones que van a venir después que vos, también. Para mantenerme sano". "Yo también estoy sano". "Mirá" le ofrecí "te puedo hacer un masaje de próstata, como los hago yo, que antes lo hicimos a tu manera. Vos relajate". El tipo se resignó y se dejó hacer, la perspectiva no le pareció mal. Yo me calcé otro forro en el dedo (nota mental: ir a la farmacia a comprar forros xxl y guantes quirúrgicos) y le busqué la próstata. Cuando se la encontré le empecé a dar duro a la pija con una mano y suave a la próstata con la otra. El tipo se retorcía de gusto. Y así, luego de unos minutos, acabó. Y me dejó la mano embadurnada con un lechazo blanco, espeso y muy espumoso. Mientras lo limpiaba, me dijo, riendo "cómo me hiciste sufrir, eh?" y luego "me tengo que ir corriendo? me dieron ganas de no moverme más". Y es esto que digo, el relax profundo es después del orgasmo. "No" le dije "aflojá un rato, aprovechemos que quedan unos minutos". Me recliné encima suyo, exhausto, abrazándome sobre su estómago y nos quedamos descansando.
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