Osito funebrero
Una amiga pasiva se pone a leer mis relatos y comienza a comentarme varias anécdotas que le causaron gracia, y yo no recordaba ninguna. Es por eso que escribo, porque los polvos se olvidan. Los escribo al toque de que suceden, cuando aún está fresca la imagen. Y lo tengo que hacer rápido. Yo creo que es porque, al menos es lo que me pasa a mí, cuando me entrego al servicio con un varón, no soy yo tanto quien actúa, como el inconsciente a través mío, algún viejo arquetipo colectivo de entrega al placer del otro, como si yo fuera el médium de algo más, del Gran Dios Puto servidor de la Pija Universal, ponele, y por eso mismo es que los detalles se desvanecen de mi memoria antes de que me de cuenta, como sucede con los sueños. No es que sea un zombie que no recuerde nada. Recuerdo a casi todos los hombres que he servido. Hombres maravillosos por los que, en otra etapa de mi vida, hubiera perdido la cabeza; también hombres de corazón transparente, de los que podría haber sido amigo fiel en circunstancias diferentes, e incluso hombres repulsivos, del tipo de esos que, como dice Bowie en una canción, creo que Sweet thing, "hacen que desees que nunca te hubieran visto". Pero los detalles se desvanecen en el aire, en la memoria todos los polvos se parecen. Por eso, escribo para no olvidar. Hoy cayó un osito joven, que trabaja en una funeraria. Muy correcto, muy educado, pidió bañarse antes de la sesión, porque acababa de salir del laburo. No se daba un masaje desde hacía tanto tiempo que no lo recordaba, pero ahora estaba entrenando mucho y no estiraba nada, así que sentía que estaba empezando a agarrotarse. Tenía muchos pelos y el pene más chico que había visto en mucho tiempo. Era tan chico que parecía un clítoris encima de los huevos. Parecía que no iba a reaccionar, incluso, pero cuando empecé a laburarle los isquiotibiales, se le paró al toque, sólo por rozarla apenas con mi antebrazo. Contraída me causaba impresión, pero parada me cayó muy simpática, le pasé un poco de aceite por el frenillo y le hice una estimulación rápida, sólo por unos momentos, para darle la bienvenida a la erección. Y seguí un buen rato haciéndole un masaje completo, le trabajé una contractura en los trapecios y todo. Cuando llegué a la parte sexual en sí, se lo comencé con aceite, le pregunté si se lo habían hecho con aceite alguna vez y me dijo que no. Me gusta cuando es la primera vez de alguien, aunque sea en un detalle. Luego empecé a darle con la boca, y qué buenas que son las pijas chicas para dar sexo oral, es tan poco sacrificado desde un punto de vista físico, que puedo concentrarme en cosas como el ritmo, o incluso meditar. El pibe estaba tirado entregadísimo, claramente la estaba pasando bomba, yo le estimulaba primero los pezones y después me empezó a dar tanta ternura, que estuviera así pasándola tan bien, tan modosito, que le acaricié la mano un buen rato, mientras seguía y seguía al mismo ritmo, lento, bien lento, dándole boca a la pija. Estuve así un muy buen rato, no me fijé, pero cuando terminamos todo nos habíamos pasado más de 15 minutos de lo previsto. Y pude quedarme tanto porque su pija era así de chiquita, que no me causaba molestias en el maxilar ni nada, así que era que todo fluía naturalmente. Y el siempre así de quieto, no se movía para nada, parecía muerto, lo único que se sacudía con espasmos pequeños era la pija, que iba cambiando el grado de inclinación de su erección y se acercaba hacia los 90 grados a medida que su excitación aumentaba. Cuando vi que se empezaba a agarrar fuerte de los lados de la camilla, cambié el ritmo y empecé, directamente, a cojerle la pija con la boca, cosas que uno puede hacer con esos tamaños, y fui no te digo rápido, rapidísimo. El pibe me advierte "un toque más y sale!". Así que saqué la boca, me embadurné de aceite y con una mano le amasé el glande y con la otra los huevos, hasta que soltó una serie de chorros larguísimos, ultra blancos, de leche muy espesa que le llenó de burbujas los pelos de la ingle. Se quedó alelado un tiempo sobre la camilla, así que le toqué un cuenco tibetano para que disfrutara mejor el viaje. Quedo re contento el pendejo. Dijo que no sólo iba a venir seguido, sino que me iba a recomendar con todos sus amigos. Mientras bajábamos en el ascensor le sonó el celu y, medio ofuscado por la intromisión, le aclaró a la persona del otro lado que "las cenizas las tenía que entregar con la factura".
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