El buen orgasmo
Era su primera vez y se quedaba callado. No era como esos chabones entradores, que se les nota la cancha a la hora de ser servidos así y que te hablan como si nada, mientras les trabajás encima. Este había entrado muy amable y suelto de cuerpo pero, al minuto que se sacó la ropa se quedó callado y se dejó hacer. Me preguntó incluso si tenía que dejarse el boxer puesto, aunque el final ya estaba pactado por celu. Yo aproveché para ofrecerle la opción entre quedarme en boxers, en suspensor, que era uno de repuesto que tengo y que me queda gigante, muy decadente, o directamente desnudo. El dijo, casi sin pensar, "en tanga no podés?" y en seguida se atajó, riéndose, y aclaró "no, es una broma". Yo le dije que sí, que tenía una tanga, que me había dejado otro tipo que tenía ese fetiche, y me la puse. Me di vuelta para mostrarle cómo se me metía en la raja "me queda bien?". "Sí", festejó. Así que hice todo el masaje en tanga, pero no tuvo mucho más uso. En determinado momento me paré al lado de la camilla para masajearlo así y que pudiera verla, pero él no sólo se había quedado callado, sino también con los ojos cerrados. Era como si se hubiera ido de ahí, no me veía o no me quería ver. De más está decir que era muy hétero, el cuerpo lleno de los tatuajes de sus hijos, y mi presencia ahí parecia que no lo excitaba por sí misma. Los músculos los tenía durísimos, porque tenía el cuerpo bien entrenado por el fútbol, pero la pija estaba bien blanda y su erección tan ausente como su mirada. Así que, después de darle toda la vuelta al cuerpo, cuando me senté debajo de sus piernas, para trabajarle la chota muerta, pensé que, bueno, este era el momento de la verdad. A ver qué pasaba. Y no pasaba nada. Yo pensaba qué técnica aplicar y, mientras, recordaba las palabras de un pibe que, hace bocha de tiempo, cuando empezaba, me había recomendado que no fuera demasiado frío en mi trato con su pija. Que a la pija había que tratarla con cariño. La pija es un animalito que responde al amor. Igual, a esta pija hubo que darle amor y técnica, o técnica aplicada de manera amorosa, porque la reacción se demoraba. Igual el chabón no se impacientaba, se quedaba tan quieto y callado como en el resto de la sesión y a mí me daba un poco de morbo percibir su confianza en mi capacidad de lograr una erección con esa parte de su cuerpo, que parecía de una flaccidez a prueba de todo. Qué honor, pensaba, que él sienta que yo pueda lograr que se le pare, a pesar de yo no excitarlo en absoluto. En ese sentido, intuí que iba a ser percibido como una torpeza de mi parte meterme la pija muerta en la boca, para que se le pusiera dura, así que, con la mayor tranquilidad y el tacto más amoroso, fui buscando la posición de su pija en que sintiera que él estaba más cómodo, haciéndole masajes a lo largo del tronco, viendo el mapa de las venitas y las arterias que la recorrían. Porque cuando la pija está así de fláccida les ves todo eso que, cuando se para, ya no. En realidad no sé por qué sucede, la próxima pija que tenga entre manos desde el estado de flaccidez absoluta voy a chequearlo mejor. En qué momento se dejan de ver las venitas como hilos. Porque esta vez, cuando la pija finalmente empezó a hincharse, lentamente, desde la base, toda mi atención se centró en potenciar la erección, buscando las maneras de hacerla más firme. Con golpeteos suaves hacia la cabecita, pequeñas presiones a los lados y estímulos en el frenillo, todavía sobre el prepucio. Cuando estuvo bien dura la erguí perpendicularmente, para verla en toda su gloria, y me pude sentir orgulloso de mi trabajo. Acá estaba la erección por la que me había esforzado. Él no podía verla, porque nunca abrió los ojos. Siempre todo con los ojos cerrados. Le puse aceite en la punta de la chota y empecé con el masaje peneano. Su glande se percibía muy sensible al tacto de mi mano. O mejor dicho: la piel de su glande se percibía al tacto de la misma manera que había percibido la piel del glande de otros tipos que habían tenido el glande muy sensible, y que habían necesitado extra aceite o que, directamente, sólo podían aguantarlo si lo hacía con la boca. Se lo pregunté, le dije que, si le estaba raspando la chota con la mano, que me lo dijera al toque, porque acá lo importante era mantener esa erección. Pero el me dijo que no me preocupara, que estaba fantástico así como estaba. Así que empecé a darle ritmo al masaje, pero con mucha levedad, por si acaso, yo imaginaba que mi mano eran dos mariposas que le aleteaban encima de la chota. Y sentía cómo la pija se ponía cada vez más dura así. Y era una fiesta verlo gozar. Y que empezara a hablar. Porque pasaba lo que ya dije alguna vez que siempre pasa cuando empezás a gozar, que se caen las máscaras. Y este chabón empezaba a hablar, siempre con los ojos cerrados, pero me felicitaba por lo bien que se lo estaba haciendo, por lo bien que la estaba empezando a pasar. Yo ahí le ofrecí hacerle un oral también. Pero él prefirió que siguiera así, que así estaba más que bien. Muy de hétero esto. Que un chabón te haga la paja debe ser menos gay que que te haga un pete, debe ser por algo por el estilo, o porque, literalmente, la están pasando más que bien con mi técnica manual. Sea como sea, yo estoy ahí para obedecer y ser lo menos intrusivo al placer del otro, por una cuestión de respeto a su masculinidad y a mi propio lugar de puto. La onda es que él se sienta cómodo y ya, porque sino, las caretas no se van a caer, y si no se caen las caretas, no hay relax posible. Así que le dí al joystick mientrás el seguía poniéndose más y más verbal y a mover la cadera hacia delante y atrás, como búscandome la mano con el perineo, así que le fui masajeando también perineo, ese lugar entre las bolas y el culo, desde donde se estimula la próstata sin necesidad de penetración, y le pajeaba la pija re tranca, re dulce, porque quería hacerlo durar, tanto gusto me causaban sus expresiones de gozo, después de todo ese silencio anterior. Y él me decía, siempre con los ojos cerrados, pero frunciéndolos aún más por el placer "hace falta que acabe? o puedo seguir?". Seguí todo lo que quieras, le dije yo, literalmente encantado por su forma de gozar. Era loco, cómo el goce lo embellecía. De pronto, se había transformado en una especie de semidiós, un semidiós a medias dormido, a medias despierto, flotando en un mar de placer, en un vaivén que lo acercaba y alejaba del orgasmo. Pura belleza. Presente eterno. Yo también gozaba con él de estar ahí, en ese momento donde el placer de los sentidos no daba cabida en la conciencia para nada más que la percepción de sí mismo, sin pasado, sin futuro, sin problemas, ni angustias, sólo un placer tan intenso que lo abarcaba todo, como el mar primigenio, que antes de que hubiera nada, cubría todo el planeta. Así estábamos él y yo. Él cadereando arriba y abajo, llevando su cola más cerca de mi mano y alentándome "sí, tocame, tocame" y yo bajando con mucho cuidado uno de mis dedos hacia su raja, súper apretada, de futbolista, una cola virgen que parecía que nadie hubiera nunca tocado, hasta la piel más suave del esfínter. Y ahí nunca entraba, porque sabía que lo más placentero, en esos casos, es la estimulación exterior, las paredes del esfínter son la que provocan esa ebriedad sexual que parece que lo va a tapar todo. Así que le masajeaba el esfínter re dulce yo, y él también se masajeaba, porque con el movimiento de sus caderas era como que movía su esfínter arriba y abajo de mi mano. Mientras que, con la otra, yo no dejaba de pajearlo lentamente, bien lentamente, para que no se corriera. Y el seguía hablando y felicitando "qué bien que me tocás, qué bien me la estoy pasando, seguí así, tocame, tocame. Y a mí me encantaba. Y yo sé que es una pelotudez decir que hay amor en algo así, pero sí, había amor en algo así, aunque una especie de amor muy efímero, muy del momento, un amor pequeño que, una vez alcanzado el orgasmo se va, y no lo extrañás, un amor de vida tan corta como la de los mosquitos, o las mariposas, o algún otro bicho de esos, que aletea de manera frenética por un tiempo re corto y después se muere, y nadie lo extraña. Un amor de esos sentí que había, por lo menos en mi pecho. Amor por su goce. El goce de ese momento. Que nos hacía olvidar todo lo que, antes o después, nos pudiera preocupar. Un goce que nos hacía olvidar de la muerte. Puta, me puse re poético, voy a tener que taguear "poesía". Pero estoy simplemente queriendo describir el flash de ese momento. Por qué algo tan simple resultaba así de conmovedor. Quizás es porque estoy con el corazón roto y me la paso pensando en el amor perdido e irremplazable, que me pongo tan cursi con estas cosas. Es muy posible que el chabón estuviera ajeno a toda esta alucinación por la que yo estaba atravesando, pero sí lo que es seguro es que el pibe la estaba pasando de 10, porque no dejaba de hablar y proferir exclamaciones, siempre las mismas, acerca de cómo lo tocaba o cuánto gozaba, hasta que me dijo, suplicando "haceme acabar, por favor!" y yo ahí me puse firme y apreté el acelerador y él gimió "ahí viene, ahí viene" y exclamó sacando todo el aire de los pulmones y saltó el lechazo, no muy abundante, debía haber acabado hacía poco. Recién ahí el pibe se agarró la cara, abrió los ojos y dijo "qué buen orgasmo que tuve, por favor!". La pija la tuvo dura hasta un buen rato después de acabar.
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