Inicio a un chico bonito en el tantra

Hablamos por Grindr varias veces antes de que se decida a concretar. Durante estos días de fiestas me vine a la costa y, como estoy parando con mi familia, no tengo lugar propio, así que los encuentros son más difíciles, porque a mí me llaman los piratas y los piratas nunca tienen lugar. Así que cuando estoy en la costa presto especial atención a quienes no les importa que el servicio sea solamente a domicilio.

A este chico no le importa, pero me regatea. Su manera de regatear es negociarme media sesión por medio arancel. Tiene buen cuerpo y lugar propio así que le sigo la corriente. Con los gastos de las fiestas de diciembre, todo billete que pueda recuperar es una ayuda importante, pero con la energía centrada en las tensiones y cuidados familiares, cualquier charla que pueda tener por Grindr pasa a un segundo o tercer plano y este pibe me pide demasiados explicaciones para estar regateando. Que cómo es el masaje hindú, que quiere tomarse un tiempo para averiguar en qué consiste y si le interesa tomarlo, etc etc.  Al día siguiente se vuelve a comunicar para pedirme disculpas por haberse colgado, pretextando un día difícil y luego volver a dejar de chatear.  Me da un poco la impresión de ser medio histérico el pibe. Físicamente cumple los requisitos para serlo, es joven y fachero. Todos hemos conocido muchos así.

La tarde del 25 de diciembre, luego de un almuerzo agotador, me quedo dormido temprano, así que me despierto, torturado por algunos fantasmas familiares, poco después de la medianoche. Ablandado por el insomnio estoy esta vez más dispuesto a chatear cuando comienzan a sonarme sus mensajes en la tablet. Quiere un turno, me dice, estamos a pocas cuadras. Pero cuando le explico que los masajes son en el piso se vuelve a retractar, diciendo que la ve difícil. Yo le comento, con un dejo de ironía, que posiblemente pueda reponerme de esta decepción y trato de volver a dormirme. Pero no puedo. Y, como un adolescente tonto, le stalkeo el instagram que tiene asociado a su perfil.

Y el pibe no sólo es bonito, tiene una vida francamente envidiable y un novio muy apuesto, que posa junto a él en diferentes viajes exóticos, con uniforme de aviación comercial. A pesar mío lo comienzo a desear, pero no tanto a él, como a su vida y a su belleza. Es como si el juego adolescente de stalkear el perfil de otro me llevara hacia ese tipo de obsesión que tanto sufrimos en nuestra adolescencia, de desear desesperadamente al otro para dejar de ser nosotros y convertirnos en él. Como en la canción de The Cure, Por qué no puedo ser vos?, más deseamos al otro por ser la encarnación de todo lo que está bien, más nos despreciamos a nosotros mismos por no serlo.

Es esta una emoción embriagante y dolorosa, que echa a perder por lo general nuestra juventud. La reconozco enseguida, porque en otras ocasiones he perdido mi alma zambulléndome en su vértigo, y me acomodo en postura de meditación para purgarla, sacarla de mí y hacer algo con ella. Cuántas batallas alucinadas que pueden pasar dentro de uno en una noche solitaria de insomnio! Cuántos saltos al vacío!

Estoy concentrado así en la borrachera de mi dolor espiritual cuando vuelve a llamarme a la tablet. Sólo pasaron cuarenta minutos y él se quedó manija. Me dice que por favor vaya, que de alguna forma nos vamos a arreglar. Pero sí quiere confirmar que sea la media sesión por el medio arancel. Muy príncipe, pero bastante rata también el pibe.

Recorro de noche las calles de mi adolescencia yendo a encontrarme con él, el aire está impregnado de tilos. Esa noche está sucediendo un eclipse anular, luego me entero: la conjunción del sol con la luna y con Júpiter, dios patrón de los que se garchan pendejos. Pero es mi corazón el que late como el de una virgen.

Cuando sale a abrirme la puerta noto que es más bajo de lo que decía en el perfil. Su departamento es un mono ambiente en planta baja, la cama separada por un panel de durlock. Una de esas construcciones ordinarias características de la costa. No hay televisión y sí un piano vertical, libros de arte y un par de obras originales en las paredes. Una perra bien grande me salta encima al momento de entrar, es amistosa, pero está muy excitada.

El está ansioso. No sabe si comportarse como anfitrión o como prostituyente. Cuando él me pregunta "qué onda siento en el ambiente", le digo que muy buena. Me ofrece asiento y algo de tomar, vacilo un poco antes de hacerlo y le acepto un vaso de agua. El sofá es demasiado mullido, así que despliego la alfombra de goma que traje enrollada y me acomodo en el piso, mientras él encierra a la perra en el patio interior, para que no moleste. Esto es en vano, porque en cuanto la deja afuera, la perra empieza a gemir y a rascar la ventana. Yo le digo que no vamos a poder relajarnos con ella sufriendo, así que la deja volver a entrar.

Prefiero trabajar antes que charlar, porque no sé qué más decirle fuera de mi libreto de masajista. Preparo los elementos mientras él se saca la ropa y me pide permiso antes de quitarse también los boxers. Le pregunto su nombre, y el que me dice no coincide con el que tenía en el instagram, así que lo olvido inmediatamente y procedo a darle las técnicas de respiración que vamos a usar en la sesión. Recorro tentativamente todo su cuerpo con mis manos, estableciendo un primer contacto con su piel, dorada por el sol. Su cuerpo es tan agradable como pudiera haberlo imaginado en mi delirio.

Cuando me ubico a sus pies puedo ver en perspectiva su miembro, entumecido por exponerse así ante mí y evalúo que, erecto, va a tener una medida mayor a la promedio, pero tampoco nada particularmente monstruoso. Nada en él es particularmente monstruoso. Todo en él es lo opuesto mismo a lo monstruoso. Suspiro con resignación, porque nunca voy a poder poseerlo verdaderamente y porque voy a tener que conformarme con tenerlo sólo esa noche así, entregado a mi voluntad, desnudo y con los ojos cerrados, respirando obedientemente tal como acabo de enseñarle.

Me pliego sobre mi cadera y me inclino, acomodando mi cabeza entre sus piernas, para la reverencia del inicio de la sesión, sin llegar a tocarle el sexo, pero acomodando mi rostro con cada uno de los puntos marma ubicados poco más arriba de los laterales de sus rodillas y, presionando las palmas de mis manos contra las suyas, masajeo suavemente los túneles carpianos. Siento el calor de su cuerpo contra mi cabeza, respirando el aire que emana de él por unos segundos que quisiera fueran eternos. Cuando me incorporo ya tiene una erección digna de respeto, que le empina el pedazo sobre la pelvis.

Y es como si la pija se hubiera alzado por voluntad propia, dejándolo desarmado al pibe en la expresión de su deseo. Yo dudo entre si saludarla con una caricia suave o directamente besarle los huevos, redondos y pesados, pero me contengo, lo he deseado demasiado a este chico y esto me inhibe, no quiero arruinar con una muestra torpe de mi sexualidad de puto la magia del momento en que su pija reina con verdadera supremacía sobre nosotros dos. Me ha pasado otras veces, en situaciones similares, de echar a perder una buena sesión por mi amor a la pija. Bajo los ojos con reverencia hasta sus pies, sintiéndome indigno ante ella.

Considero esto un buen comienzo y calculo que la sesión va a salir bien, hasta que la perra se pone ansiosa y comienza a dar vueltas alrededor nuestro y a reclamar nuestra atención. Yo trato de concentrarme en las maniobras sobre sus pies y él intenta llamarla al orden. La perra no hace caso, cada vez más pesada, y yo noto cómo la erección del pibe va languideciendo. En un momento, descubre la cazuela con el aceite del masaje y se pone a lamerla. Es entonces cuando el pibe se incorpora, la agarra del cuello y la vuelve a sacar al patio. Yo me río, pero él se queja de que "si se toma el aceite, va a terminar cagando todo". Ella entra por otra puerta, que abre sola, y aparece de nuevo para dar vueltas alrededor nuestro. "Es tan inteligente" murmura él con resignación.

"Estaba tranquila hasta que vos tocaste el timbre", me dice. La tiene hace casi diez años, cuando la encontró en la calle. Ahora que él se va de viaje otra vez, va a venir la hermana con el cuñado a instalarse en el mono ambiente y cuidarla. El insomnio de esta noche es parte de su ansiedad por la nueva partida. Pienso en la pobre perra, en cómo parece quererlo, y en que quizás ya intuya que su amo desaparecerá otra vez por un tiempo largo e indefinido. Y me identifico con ella, en las veces que su corazón debe haber sufrido por la ausencia de su amo. En este momento comienza a lamerle su mano derecha y yo no puedo evitar pensar en voz alta: "debería ser yo quien estuviera haciendo eso". Cuando la perra encara hacia su lado izquierdo, el esconde su otra mano, lamentándose, "no, que esa todavía la tengo limpia!"

Mi teoría es que, cuando nosotros nos relajemos, ella se va a relajar. Mientras tanto, a pesar de las precauciones, la perra logra babearle afectuosamente la mano izquierda al pibe, y yo ya desespero. Intento volver a hacer la reverencia de sumisión sexual que tan buenos resultados nos había dado hace un rato, pero la pija sigue muertísima. Toda la energía erótica parece haberse desvanecido más allá de la esfera de mis poderes. Beso sus pies, que huelen mal, y esto tampoco parece excitarlo. Suspiro y me propongo darle al menos un buen masaje. He superado peores decepciones. Me concentro en las cadenas musculares de las piernas, con un ojo atento a ver si algo de toda esa sangre que comienzo a movilizar se dirige hacia la pija. Nada. Ni siquiera cuando trabajo la inervación coxofemoral. Frustración.

Le pregunto si quiere que le masajee la espalda. El se alarma: "como vos quieras", me dice, atajándose. Asumo que quiere que vaya directo a la verga porque su tiempo de media sesión ya está más que agotado, pero yo siento todo muy tenso todavía. Así que lo doy vuelta para un lado y para el otro, haciéndole todas las maniobras que se me ocurren. Recorro paravertebrales, trapecios, romboides y un par más cuyo nombre no recuerdo. Pero no dejo mucho por ablandar, y él se entrega también a la experiencia, disfrutándolo. Charlamos relajadamente de su cuerpo, el entrenamiento que hace y los estiramientos que debería hacer y no hace. Cuando vuelvo a colocarme entre sus piernas, la perra está dormida.

Me siento debajo de sus piernas y encaro directamente la estimulación de la pija, con pequeños golpecitos ascendentes sobre el tronco cavernoso, para estimular la circulación sanguínea. La doy vuelta suavemente hacia un lado y hacia otro, repitiendo la maniobra hasta que la pija pasa de ponerse a gomosa a adquirir una rigidez inquietante. El pibe aprueba con unos leves gruñidos.

Considero que debo pasar a una etapa siguiente cuando la piel se pone tensa sobre el cuerpo cavernoso y la arteria dorsal que va a lo largo de la verga se hincha hasta hacerse bien visible. El glande asoma brillante debajo del prepucio, que corro delicadamente hacia abajo, para hacerle un levísimo masaje sobre el frenillo. Esto a él lo pone por las nubes y gime de satisfacción. Combino el masaje del frenillo con presiones suaves a lo largo del pene en dirección ascendente siempre, para drenar la circulación hacia la punta del glande.

Siempre que una pija se para así entre mis manos siento que soy un pianista improvisando un standard de jazz. Un artista incomprendido. Todo se borra alrededor, sómos sólo yo, mis manos, la pija y el rostro del hombre a quien sirvo, cuya expresión es una de las medidas según las cuáles yo me guío para saber qué seguir haciendo o cuándo aventurar las variaciones que lleven el estímulo sexual a otra fase. No importa si el tipo es un adonis, como era este pibe, o más fiero que un callejón oscuro, como son los más, siempre que una pija se para frente mío, el resto del mundo parece desvanecerse y sólo me resta inclinarme ante ella. Creo que esta es una de las razones por las que muchos piensan que soy tan buen prostituto, hago sentir a cada hombre que hay un dios en su pija.

Mojo mis dedos en la cazuela de aceite antes de estimular toda la base del glande, éste es un movimiento delicado que, de hacerse en el momento equivocado, puede acabar con la erección. Pero ahora al pibe se la hace poner más dura y sus gemidos son más acuciantes. Me dice algo entre dientes, en relación a no haber nunca sentido nada así y que si esto era el tantra al que me refería en el anuncio. Yo le respondo que es tantra solamente si no acaba.

Tomo sus dos pezones entre mis dedos aceitados y los froto con delicadeza mientras deslizo de una sola vez toda su poronga hasta mi garganta. Me quedo así por un rato respirando con mi nariz pegada a los pendejos de su pubis, sintiendo como si la verga llenara mi cabeza entera. Ojalá fuera así. Creo que esta es una de las posiciones vitales para un puto. En las que encontramos el verdadero sentido de la vida. Porque siendo un instrumento funcional al placer de la pija, el tiempo se detiene para nosotros y alcanzamos la verdadera felicidad. Como si no hubiéramos sido creados para otra cosa que para hacerles sentir este placer, nos enaltecemos por el honor de agrandarles así la pija dentro nuestro.

Me saco la pija de la garganta y beso la base por donde se unen los huevos, que voy metiendo por turno dentro de mi boca. Y luego los dos huevos a la vez haciendo una succión, suave, para no provocar dolor, y presionando con el mentón sobre su perineo, generando una estimulación externa de la próstata. Pienso en bajar hasta el esfínter con la boca, algo que raras veces hago, pero tendría que darlo vuelta y no quiero incomodarlo, además, en su perfil él se autodefine como activo puro, así que opto por volver a ensartarme la pija contra la garganta mientras cubro con mis manos sus dos glúteos, que entran completos dentro de mis palmas, chiquitos y musculosos.  Los presiono suavemente y así siento cómo el tronco de la poronga se pone aún más duro contra mi paladar.

Entonces vuelvo a incorporarme y paso a una masturbación a dos manos con aceite, todo a lo largo de la pija. Hago movimientos circulares del centro de mi palma derecha sobre su glande, que le suman un ritmo más frenético a su respiración. Lo estoy llevando al borde del orgasmo, me dice. Así que paro y me abrazo a su abdomen, besándolo, lamiéndolo. Utilizo toda mi cara para presionar la pija contra su abdomen tan firme, moviéndola así hacia un lado y hacia el otro. Sólo utilizo mi cara, porque mis manos han vuelto a estimular los pezones. Y así nos quedamos quietos unos instantes, salvo por mis dedos en sus pezones, respirando de manera acompasada mientras la erección se va alejando del grado de eyaculación y afuera la mañana va clareando. Qué buena forma de esperar el amanecer,  pienso para mí con un suspiro, ayudándolo a un muchacho dorado a retener la eyaculación.

Cuando la pija reduce su tamaño y queda fláccida sobre la pelvis yo la vuelvo a introducir dentro de mi boca y me quedo inmóvil, las puntas de mis dedos recorriendo varias terminales nerviosas en su cuerpo, pero sin apuros, muy muy tranquilos. Así, sin hacer ningún otro movimiento, consigo que vuelva a crecer hasta el tamaño en que empieza a atragantarme. Adoro cuando una pija responde tan dócilmente a mis cuidados. Retomo la masturbación con aceite, como si no hubiéramos hecho nunca ninguna interrupción, pero esta vez le sumo un estímulo apenas sobre los bordes externos del esfínter y ahí su pija se pone todavía más grande. Yo pensaba que la tenía levemente curvada hacia abajo y que el extremo superior, incluyéndolo al glande, eran más estrechos que su base, pero con éste estímulo extra el pibe alcanza un grado aún mayor de excitación y su pija se hincha desde la base hasta la punta con un grosor uniforme, al tiempo que su esfínter comienza a abrir y cerrarse de placer bajo el estímulo de mis dedos, que nunca entran.

La perra vuelve a despertarse entonces y da una vuelta alrededor nuestro, pero sigue de largo, porque el pibe no le hace ningún caso, creo que a esa altura no está viendo nada más allá de su placer. Y así como su esfínter se abre y cierra de placer, sus ojos también se abren y cierran, su mirada dilatada, mirando al vacío. Gimiendo. Y en una de esas idas y venidas de su estupor, cuando abre los ojos me mira a mí y clava la mirada en mis ojos y se sonríe, con un morbo infinito, y vuelve a cerrarlos y a dejarse arrastrar por las sensaciones, sacudiendo la cabeza. Y entonces lo recuerdo. Yo ya había estado con él, hace muchos años, y lo único que recordaba de él era esa mirada cuando, a punto de alcanzar el orgasmo, abría los ojos, me miraba directo a los ojos y se sonreía, casi riéndose. Yo había creído sentir en esa mirada cuánto le gustaba.

"No te atendí yo a vos, hace varios años?".  "No sé, no sé" murmura el pibe. "Vas a acabar?", le pregunto. "Sí!". "Querés acabar?". "Estoy en tus manos, decidilo vos" exhala el pibe con un suspiro de agonía. Y yo lo pienso por unos momentos, evaluando las consecuencias. Quitarle a la relación la eyaculación es dejarnos a los dos muy cargados. No sólo a él. Porque si bien yo contengo la eyaculación por meses, cuando estoy en una sesión tan compenetrado con la energía del varón, si éste acaba es como si yo también descargara la energía. Lo miro retorcerse contra la mat unos momentos más, que todavía no son críticos. Y pienso en los chicos de los que me enamoré cuando era un adolescente ingenuo y del peligro de volver a enamorarme, porque para canalizar toda esta energía hay que abrir el corazón.

Y aún sabiendo que posiblemente no lo vea nunca más a este chico, sobre el que ahora tengo tanto poder y al que en unos momentos dejaré de ver quizás para siempre, aún así me detengo. Y lo abrazo a la altura de su plexo solar y así nos quedamos. Y cuando su respiración vuelve a profundizarse ya es pleno día y yo, que estoy haciéndole un suave masaje cardíaco, le vuelvo a preguntar: "estás seguro que no querés volver a subirla y acabar?". Y él me dice, sonriente: "no, mejor así. Quiero poder decirle a mis amigos que tuve una verdadera sesión de tantra".

Se levanta de un salto y, luego de todo lo que me regateó, insiste en pagarme el arancel completo. Feliz. "Qué vas a hacer ahora con toda esta potencia?" le preguntó. "No sé. Abdominales. Me hacen falta". "Sí, abdominales están muy bien", apruebo yo, "lo que no tenés que hacerte cuando yo me vaya es una paja". Me quedo pensando un poco, y agrego "también podés utilizar esta energía que invocamos en desear. Buenos deseos. Con el corazón digo. Para tu familia, tu pareja. Desearles cosas buenas para el próximo año. Es lo que voy a hacer yo".

Camino a la puerta él me va diciendo que sí, que puede ser que ya lo haya atendido muchos años antes. Yo le digo que aquel chico trabajaba en la construcción y que entonces sí lo había hecho acabar. El me dice que su vida cambió mucho desde que dejó la construcción y yo pienso que su cuerpo también, porque entonces, más allá de su cara de rubio bonito, era un flaquito bastante esmirriado, un patito feo muy diferente de esto en lo que se había convertido ahora. Le comento que fue por esa mirada risueña que me dirigió cuando estaba acercándose al orgasmo que yo lo reconocí y el me dice que le pasa muchas veces, de ponerse a reír en esos momentos. Cuando me abre la puerta de salida me dice "chau, lindo" y yo le respondo mentalmente "no, el lindo sos vos". Y me voy. Y no me lo puedo quitar de la cabeza por los próximos cuatro días. Y después se me pasa. Todo pasa.



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